“Ser sacerdote es vivir en la hermandad”

“Ser sacerdote es vivir en la hermandad”

El sacerdote operario D. José Ramón Romo Sánchez-Heredero celebró sus bodas de oro sacerdotales el pasado 7 de septiembre. Medio siglo de fidelidad lleno de muchos recuerdos.

D. José Ramón Romo Sánchez-Heredero nació el 16 de abril de 1948 en Los Yébenes (Toledo, España), en el seno de una familia católica muy unida a la parroquia. Ingresó en el Seminario de Toledo, pero la impronta de los formadores operarios lo condujo a pedir ser operario y prosiguió con sus estudios en el Aspirantado Maestro Ávila y en la UPSA, en Salamanca.

Fue ordenado sacerdote el 7 de septiembre de 1973 en la Residencia San Cristóbal en Majadahonda (Madrid) de manos de D. Ramón Echarren Istúriz, obispo auxiliar de aquella diócesis.

En esta entrevista, D. José Ramón repasa los recuerdos de estos 50 años de fidelidad a Dios y a su pueblo.

¿Qué significa celebrar los 50 años de sacerdocio?

Ante todo, reconocer que Dios salva. Lo he experimentado en mí mismo y en muchos hermanos y hermanas. Y también en quienes no conocen a Dios o lo mal conocen. Aquel Dios del Antiguo Testamento se ha manifestado definitivamente y del todo en Jesús de Nazaret y es un Dios que entra en nuestra historia no para juzgar y condenar, sino para salvar, porque es compasivo y misericordioso. De ahí brota una acción de gracias que envuelve y penetra toda la vida y todo lo que sientes, haces o piensas.

Después, que Dios quiere valerse de nosotros para realizar su obra. Una obra que nos sobrepasa totalmente. Elegí, con la orientación de Luis Rubio, el que era rector del Aspirantado en aquel tiempo, este texto de san Pablo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria no proviene de nosotros, sino de Dios” (2Cor 4,7).

También, que nadie se salva solo, sino que nos salvamos con los otros y a través de los otros. Luego, que soy pecador, pero Dios es celoso y nos busca y nos seduce y nos retiene con lazos de amor y compasión pase lo que pase.

Que ser sacerdote es vivir en la hermandad porque es preciso que los sacerdotes trabajemos unidos, que miremos con amor el futuro de la Iglesia y trabajemos por las vocaciones, la formación de los sacerdotes y los jóvenes. Y que echemos raíces como ofrenda y entrega de amor en la celebración de la Eucaristía y la adoración a Jesús Sacramentado.

Por último, que ser sacerdote es estar con la gente y entre la gente, especialmente con los pobres. Que el sacerdote no impone la salvación de Cristo. Que el sacerdote se hace uno con los otros y descubriendo sus historias, los guía a ese Dios vivo que salva y quiere que caminemos juntos para trabajar por el Reino.

¿Cómo surge tu vocación por el sacerdocio?

En el entorno familiar. Ir a la iglesia entre semana, los jueves a la adoración del Santísimo con mi tía Angelita, o a las novenas y otras devociones y, por supuesto, los domingos y las fiestas, formaba parte de la vida familiar. Para mi familia era natural vivir unido a la parroquia y a lo que sucedía en ella.

Pero, además, por circunstancias de la guerra civil y la pobreza que vivían mis padres, aunque eran novios desde los años treinta, no se casaron hasta 1942. Yo no llegaba, y las oraciones para tener familia y los medios médicos que pusieron lograron que por fin llegara en 1948 (mi madre tenía 36 años). Mi hermana llegó en 1950.

Todo esto os lo cuento para deciros que era un bebé deseado y, además, ofrecido al Señor como acción de gracias cuando llegase.

Una anécdota. En la familia estaban suscritos a la revista El Mensajero, era la revista mensual que editaban los jesuitas, hasta el día de hoy, para quienes formaban parte del Apostolado de la Oración y las Hermandades del Corazón de Jesús. La prensa católica era, como veis, la lectura de la casa. Recuerdo que existía, luego se perdió, la colección completa de la revista desde el número 1.

En una portada aparecía una imagen de san Ignacio de Loyola vestido con casulla roja y mirando al cielo en un corte de plano americano. Era sábado, porque estaban haciendo la limpieza de la casa. Mi madre estaba limpiando la puerta que separaba el portal de entrada y el patio, una puerta grande acristalada. Corrí hacia ella y le dije: “Yo quiero ser así”. Mi madre se quedó mirando y me dijo acentuando lo que decía: “Tienes que pensarlo, no vale ir al seminario y luego dejarlo”. No sé la edad que tendría, pero se me hace que era pequeño, cuatro o cinco años. Yo me regresé con la revista y me quedé pensativo porque no esperaba la respuesta, pensaba más bien, que eso le iba a gustar a mi madre.

En el día de mi ordenación, tuve «la sensación de piedra bien asentada e inconmovible para toda la vida»

¿Qué recuerdos tienes de la época en el Aspirantado?

Muchos, porque fue un Aspirantado peregrino (Salamanca, Majadahonda, Salamanca, Tortosa y vuelta a Salamanca). Entre todos los recuerdos, quiero subrayar una época muy importante de mi vida, los cuatro años del teologado en los pisos de la Avda. de Alemania en Salamanca. Encontré lo que buscaba, una comunidad de jóvenes dispuestos a decidir sobre su futuro sacerdotal en la Hermandad. Muchas, muchas anécdotas recuerdo. Sólo comentaré que fueron años de cimientos para la vida del sacerdote operario: la revisión de vida y las reuniones de comunidad, el acompañamiento de los formadores, la liturgia bien preparada, la responsabilidad en el estudio personal, el trabajo pastoral en la parroquia san Juan de Barbalos, el conocimiento de las nuevas perspectivas en la teología, la pedagogía, la psicología, la música o la historia del arte. Todo ello me abrió a un futuro mejor. Sobre todo, la libertad con que nos supieron tratar los formadores dejando que creciéramos en un ambiente sano y abierto.

¿Cómo fue el día de tu ordenación sacerdotal?

¡Inolvidable! La sensación de piedra bien asentada e inconmovible para toda la vida. Recuerdo los nervios de la mañana y la comida, que debí comer poco… Luego, cuando fueron llegando los grupos. Un autobús de Salamanca de la parroquia san Juan de Barbalos con familias y jóvenes. Los compañeros del Aspirantado. Un autobús de Los Yébenes con familiares, amigos, el coro parroquial y el párroco, D. Pedro.

Dos momentos los recuerdo con claridad y con los sentimientos vivos. El momento de postrarme en el suelo. Recuerdo el vientre pegado al suelo y una sensación de abandono y a la vez de fortaleza. Se me saltaron lágrimas abundantes. También cuando el obispo y los compañeros operarios ponían sus manos sobre mi cabeza, recuerdo una alegría muy grande y un calor que estaba dentro y me envolvía. Recuerdo que ese calor me duró más de una semana. Ahí estaba cuando llegué al seminario menor de Zaragoza, donde comenzaba la misión.

Recibí el presbiterado de manos de D. Ramón Echarren Isturiz, obispo auxiliar de Madrid y después Obispo de Canarias hasta su muerte. Cada siete de septiembre le escribía una carta contándole lo principal del año y él siempre me escribía una tarjeta dándome apoyo y consejos, así durante los veinticinco primeros años.

Por primera vez, no se acostumbraba en absoluto, nos dio una copia de la homilía en un tipo de reproducción cercana al escáner actual. Al cabo de los años se borraron las letras.

Recibimos el sacramento del orden dos operarios. Alfredo, después del primer año, pidió la secularización y me pidió que fuera testigo de su petición. Ese fue un dolor fuerte y frecuente en aquellos primeros años de sacerdote, la secularización de muchos compañeros y algunos amigos muy cercanos.

¿Qué ministerios has desempeñado en estos 50 años?

He trabajado por la formación sacerdotal en el Seminario Menor de Zaragoza, el Seminario Mayor de Ciudad Real, el Aspirantado de la Hermandad en Caracas y la Residencia Mosén Sol en Alquerías del Niño Perdido (Castellón).

En cuanto al estudio y trabajo en la formación de agentes de pastoral vocacional, he pasado por el IVMA; el IPV de Buenos Aires; el IPV de Caracas; el IPV de México y el IPV de Sao Paulo. También he sido director de la Revista Seminarios sobre los Ministerios en la Iglesia.

He sido destinado a varias parroquias: vicario en San Cristóbal y san Rafael de Madrid, en María Madre de la Iglesia y en Corpus Christi de Caracas; párroco en Ntra. Sra. de la Purificación de Gamonal, Inmaculada Concepción de El Casar del Ciego y Santo Domingo de Guzmán de Pulgar; colaborador en la parroquia Santa María la Real de Los Yébenes y san Juan Bautista de Marjaliza, en la diócesis de Toledo.

También he colaborado en trabajos supraparroquiales, como ser delegado episcopal de Catequesis en la Archidiócesis de Toledo, y en templos de adoración eucarística, como el de Santa Catalina de Valencia, donde estoy ahora. Destacaría, además, mis proyectos digitales: web oracionvocacional.org desde 2005; blog cosasdelcura.blogspot.com; de 2005 a 2011, canal de Youtube @lamochila; y whatsapp Gotas de Oración.

-¿Cómo vives tu actual misión?

Soy sacerdote operario jubilado en activo. Terminaron los afanes y trajines de la responsabilidad pastoral administrativa. Todo ello me lleva a vivir más sereno y sosegado, a vivir la misión más unida al ser que a las acciones y tareas. Me veo más respetuoso y más pacífico y a la vez más inquieto y preocupado ante los miembros de la Iglesia que se resisten a vivir el Concilio Vaticano II y a seguir las iniciativas del Papa Francisco. Muchos no quieren hablar de una Iglesia de comunión y participativa, prefieren que la misión de la Iglesia se siga definiendo con conceptos teológicos alejados de la realidad y recluidos en libros académicos que puedan ser controlados por los dirigentes eclesiales. Y, sin embargo, el Espíritu Santo ilumina a todos los bautizados para realizar la Buena Noticia de Jesucristo. Esta es mi esperanza y mi alegría. Tiempo de espera pacífica y paciente con todos aquellos que no están por la comunión participativa y la misión en sinodalidad.

¿Por qué sigues siendo sacerdote?

Por amor a Jesucristo, a su Iglesia y a la Hermandad. Siempre, desde la encarnación de la vocación-misión en este servidor del Señor que tiene demasiadas deficiencias morales y de carácter. Soy amigo del Esposo, como a él le gustaba decir de sus apóstoles. Me siento amigo de Jesús y eso me basta: colma mis afectos y deseos. No hay nada comparable como ser amigo del Esposo. Me siento privilegiado por la confianza que Él me tiene entregándome el cuidado, protección y crecimiento de su Esposa la Iglesia para que sea santa, inmaculada, bellísima y, sobre todo, en este momento de la historia humana.

«Me siento amigo de Jesús y eso me basta: colma mis afectos y deseos»

¿Cómo ha evolucionado tu manera de vivir el sacerdocio?

Según las etapas de la vida. Es así porque el soporte de la gracia ministerial del sacramento del orden es un ser humano concreto. Un hombre en medio de los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Los primeros años, iba descubriendo la realidad de ser sacerdote operario. La experiencia en los años de formación fue tan enriquecedora que al entrar en la realidad hube de adaptarme a veces con dolor.

Llegaron los años de trabajar con energía y mucha ilusión en la pastoral de las vocaciones en el IVMA. Llegó después la realización de la “propia obra”, el Instituto de Pastoral Vocacional de Caracas.

Luego llamó a mis puertas la enfermedad, entró y allí se instaló. Comenzaron los años de cambio de objetivos y nuevas adaptaciones: la Formación Permanente de los sacerdotes.

Después el Señor me llamó al cuidado de tres parroquias y a un trabajo interparroquial como fue ser arcipreste y después delegado episcopal de Catequesis en mi propia Iglesia de Toledo.

Por último, llega el momento de colaborar, acompañar, seguir detrás con mucha paz y alegría.

En medio de los cambios, ha habido unas constantes: el sacerdote ministro de la Palabra; el sacerdote misionero, abierto a la humanidad y cultura donde el Señor te ha enviado; el sacerdote que con el Espíritu Santo construye comunión y, en consecuencia, comunidad: el sacerdote tiene que saber comunicarse y enseñar a comunicar; el sacerdote padre y amigo de los pobres; el sacerdote en equ¡po y no aislado; el sacerdote celebrante, el que sabe cómo celebrar y realiza la presidencia de los sacramentos como una auténtica celebración pascual.

Y, en medio de los cambios, ha habido algunas hojas secas que se han quedado atrás: el sacerdote líder, el sacerdote héroe, el sacerdote superteólogo, el sacerdote élite en moral y conocimiento de conciencias, el sacerdote exitoso por sus propios títulos, méritos y cualidades.

¿Qué significa ser sacerdote operario?

Vivir mancomunados con otros sacerdotes diocesanos con una autoridad común y en obediencia, a la luz de la Eucaristía del Señor; disponibles y al servicio de las vocaciones en la Iglesia, especialmente en la formación sacerdotal.

¿Cuál es tu experiencia de fraternidad?

Agridulce, como la salsa china. Creo que es así. No porque haya temporadas buenas y malas, sino porque el entramado de la fraternidad siempre es un campo de ascesis y entendimiento, de resiliencia y decaimiento, de gozos y dolores, como la vida de san José. También aquí es diferente la experiencia dependiendo de la etapa vital en la que te encuentres. Pero, en todo caso, es experiencia de la vida en gracia donde se ponen de manifiesto los propios límites a veces con virulencia y a la vez reconociendo la fuerza extraordinaria del Señor que construye fraternidad en todo momento. Vivir en equipo es tener la posibilidad de crecer.

Un mensaje para quien se pregunta por su vocación.

Sé tú mismo/a, ¡crece! En la medida en que te conozcas, te comprendas y sepas tus posibilidades y tus límites, Dios en lo profundo va a dejarte su llamada y te va a encargar una misión de amor aunque no te cuadre o te parezca que no estás preparado/a o que no puedes con eso (o todo a la vez).

«El entramado de la fraternidad es un campo de ascesis y entendimiento, de resiliencia y decaimiento, de gozos y dolores, como la vida de san José»

Una experiencia inolvidable.

Llegué al monasterio de El Paular. La oración de todos los días con los monjes me llenaba de paz y afecto. La oración particular consistía en ponerme ante una imagen de la Virgen de la Piedad con Jesús muerto en sus rodillas, en la capilla del sagrario, con la mirada puesta en ella. Era la única luz de la capilla y mientras miraba hacía ejercicios de respiración durante varias horas por la mañana.

A los dos o tres días sentía una llamada a abandonarme a una luz que veía y sentía, pero me daba miedo a marearme o quizá a entrar en algo desconocido pero con la singularidad de saber que ya no será igual al pasado. Un día decidí abandonarme. Ante mí se abrió una luz redonda blanca y suave, no hacía daño y me alimentaba. Así estuve tiempo y tiempo. Y así fue durante varios días.

Por la noche, tardaba mucho en dormir y después de aquella experiencia cerraba los ojos, veía la luz y me dormía sereno y en paz.

Sé que Dios me guía, que Él, a lo largo de mi vida de sacerdote, ha velado por mí y no me ha abandonado nunca.

Pasaje bíblico favorito.

Toda la segunda carta de san Pablo a los Corintios, en especial el versículo señalado: 2Cor 4,7.

Un libro.

‘Naturaleza, historia, Dios’ (X. Zubiri); ‘El personalismo’ (E. Mounier); ‘El proceso de convertirse en persona’ (C. Rogers); ‘Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento’ (Joaquín Jeremías); ‘Ni santo ni mediocre’ (Javier Garrido); ‘Obras completas’ (A. Machado); ‘Seis personajes en busca de un autor’ (L. Pirandello).

Una película.

Directores de películas (el cine me gusta mucho) que me encandilan: Jacques Tati; Ch. Chaplin; A. Hitchcock; I. Bergman; Pasolini y Fellini; Berlanga y Víctor Erice; S. Kubrik y S. Spilberg; B. Affleck.

Un personaje.

Lope de Vega, Cervantes, Simón Bolívar, Antonio Machado, A. Einstein, Madre Teresa de Calcuta, Julia Roberts.

Muchas cosas más quedan en el tintero, pero clausa est janua (por ahora).