Visitas vocacionales a Jesús

Visitas vocacionales a Jesús Sacramentado

Presentación

La visita a Jesús Sacramentado no es sólo una práctica de devoción. Es un espacio privilegiado para el encuentro con Cristo que te llama y envía para una misión. Ámbito precioso para una escucha atenta de su Palabra y para la contemplación de su presencia amorosa.

Si comienzas a considerar el llamado de Dios, no es raro que se afirme en ti el deseo de relacionarte personalmente con él. Sientes la necesidad de comunicarte con Jesucristo vivo por medio de la oración, de visitar a Jesús sacramentado.

Queremos aprovechar esta tendencia tan natural en quien discierne su vocación, para ofrecerte medios que te ayuden a introducirte en la práctica de la oración. La oración será necesaria a lo largo de tu camino vocacional.

1. Orar con todo el mundo por las vocaciones

Infinitos son los tesoros de bendiciones y de gracias que encierra este Sagrado Corazón. No sé yo que haya en la vida espiritual ningún ejercicio de devoción más propio para elevar el alma en poco tiempo a la más alta perfección, y hacerle gustar de las verdaderas dulzuras que se encuentran en el servicio de Jesucristo. Sí, lo digo con seguridad: si se supiera cuán agradable le es a Jesucristo esta devoción, no habría un solo cristiano, por poco amor que tuviera a este amable Salvador, que no la practicase enseguida. (S. Margarita María de Alacoque).

El Papa Pablo VI instituyó, en 1964, un día de Oración por las Vocaciones. Es el 4º domingo de Pascua. Se dedica en toda la Iglesia a pedir al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos.

Se puso en este domingo porque se llama del Buen Pastor. Jesús, Pastor que ama al rebaño, no lo deja desasistido. Llama y envía personas como tú, en su nombre, para alimentar, convocar, conducir, cuidar y defender a las ovejas. La imagen del pastor tiene una profunda raíz bíblica. Los más grandes personajes del Antiguo Testamento, Abrahán, Moisés y David fueron primero pastores de ovejas y Dios los puso como pastores de su pueblo. Jesús se aplicó a sí mismo la imagen del pastor en diversas ocasiones, y esta imagen se aplicó también a los apóstoles:

Lc 15 1 Los que recaudaban impuestos para Roma y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle. 2 Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban: “éste anda con pecadores y come con ellos”. 3 Entonces Jesús les dijo esta parábola:

4 ¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja a las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra? 5 Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros lleno de alegría, 6 y al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!”. 7 Pues les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Jesús explica con esta parábola su cercanía con los pecadores. Está con ellos porque Dios ama a todos y anhela que formen un solo rebaño. La pregunta del v.4 suena rara a oídos de la gente de campo: ningún pastor abandona el rebaño para buscar a la oveja perdida. Con esto se subraya la extraordinaria actitud de Jesús. Destaca el sentimiento por la oveja perdida y la alegría por recuperarla, que se expresa en forma de fiesta comunitaria. Así es el corazón de Dios: ama a cada uno con predilección. La expresión va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra expresa una actitud de verdadero interés. Los pastores no cargan a las ovejas sobre sus hombros, las dejan que ellas caminen, pero con este gesto se vuelve a señalar el afecto grande de Dios por cada uno de los hombres. Esta breve historia es como una síntesis de la parábola del hijo pródigo, en el mismo capítulo. Al meditarla, intenta ponerte en el lugar de los pecadores, que eran rechazados por los fariseos, y sentirte personalmente amado por Jesús y por su Padre, Él te llama para que compartas estos sentimientos y para que tú también tengas actitudes extraordinarias al servicio de los demás. Pide a Jesús por tu vocación con estas palabras:

Señor Jesús,

que llamas a quien quieres,

llama a muchos de nosotros

a trabajar por ti,

a trabajar contigo.

Tú, que iluminas con tu palabra

a los que has llamado,

ilumínanos con el don de la fe en ti.

Tú, que sostienes en las dificultades,

ayúdanos a vencer nuestras dificultades

de jóvenes de hoy.

Y si llamas a alguno de nosotros

para consagrarlo todo a ti,

que tu amor aliente esta vocación

desde el comienzo

y la haga crecer

y perseverar hasta el fin. Amén

Sitúate otra vez en silencio. Mira con los ojos de tu fe a Jesús, silencioso en el Sagrario. Él cultiva el sentimiento por la oveja perdida y el anhelo de que vuelva al rebaño. Él no se avergüenza de los pecadores y llama a todos a la vida. Solidarízate con sus sentimientos. Quien desea trabajar con Cristo, ha de sentir como él, imitando las inclinaciones de su Corazón.

Toda la Iglesia se acerca en este día al Señor, como en el tiempo de la cosecha, por-que hacen falta muchos trabajadores. No basta con que se ofrezcan al trabajo, es necesario que pongan también su corazón. Haz ahora esta súplica, pidiendo con toda la Iglesia:

¡Oh, Jesús,

pastor eterno de las almas,

dígnate mirar

con ojos de misericordia

a esta porción de tu grey amada!

¡Señor, gemimos en la orfandad!

danos vocaciones,

danos sacerdotes y religiosos santos.

Te lo pedimos por la Inmaculada Virgen

María de Guadalupe,

tu dulce y santa Madre.

¡Oh, Jesús,

danos sacerdotes y religiosos

según tu corazón!

Al terminar la oración siempre es una alegría poder dirigirse a María, la Madre de Jesús y de los discípulos, que intercede por nosotros y por nuestra vocación. Ella, siempre disponible a la voz del Espíritu, nos enseña a mantenernos abiertos a su novedad. Te propongo que pidas su intercesión con esta sencilla, pero profunda invocación: “Virgen María, ¡contágianos tu finura de oído a la voz del Espíritu!”

Repítela despacio, varias veces, profundizando en tu corazón la necesidad que tienes de vivir del Espíritu para poder responder a los planes de Dios sobre tu vida.

Repítela nuevamente pensando en todos los que hacen un proceso vocacional.

Repítela, en fin, orando por quienes han consagrado su vida en el sacerdocio, la vida religiosa o secular.

2. Yo soy el buen pastor (vocación sacerdotal)

Un buen pastor según el corazón de Cristo: he ahí el mayor tesoro que el buen Dios puede conceder a una parroquia (San Juan María Vianney)

Desde antes que tuviéramos conocimiento alguno, Dios nos conocía. Desde la eternidad somos en Dios; antes de venir a esta forma de vida, vivíamos en la mente de nuestro Dios. Él nos ha llamado a la vida, para que le conozcamos, nos dispongamos a seguirle en plena libertad y amemos como Él nos ama. También nos ha llamado a formar parte de su pueblo santo. No somos seres extraviados, sin identidad ni rumbo. Formamos parte del rebaño elegido del Señor, único y verdadero Pastor: nos conoce por nuestro nombre, somos importantes para Él. Continuamente nos convoca para compartirnos su vida.

Te invito a que contemples tu historia en esta clave de acompañamiento, de cuidado especial por parte de Dios. Puedes hacer un recuento de tu vida, desde que tienes uso de razón, aún más, cómo has venido al mundo, según te lo han contado tus padres. Mira cada acontecimiento importante y descubre la presencia amorosa de Dios. Fíjate cómo ha estado contigo, aun en los eventos de sufrimiento ya personal ya familiar.

Descubre cómo Dios te ha protegido de todo “lobo”; te ha llamado por tu nombre, no en masa, sino personalmente, como alguien a quien conoce perfectamente.

Te sugiero leas el pasaje de san Juan sobre el Buen Pastor y experimentes que verdaderamente ha estado siempre a tu lado.

Jn 10 11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; 12 no como el jornalero que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. El jornalero, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo las arrebata y las dispersa. 13 El jornalero se porta así porque trabaja únicamente por el sueldo y no tiene interés por las ovejas. 14 Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí; 15 lo mismo que el Padre me conoce a mí, yo lo conozco a él y doy mi vida por las ovejas.

Descubre cómo el Señor te ha ido preparando el camino; Él, que no quiere que nadie se pierda. Recuerda que Dios no ha querido hacerlo solo; ha querido contar con la colaboración humana. En tu vida habrás tenido la experiencia de alguna persona, sacerdote, que reflejaba estas actitudes del Pastor. Esto también habrá sido un don especial del Señor para que, al experimentarlo, notaras la necesidad de personas que hagan presente, por medio de su ministerio, al Buen Pastor.

Y ahora, por qué no, te hace la invitación a ser, a ejemplo de Él, pastor de otras ovejas que necesitan de esta vivencia cercana del Buen Pastor, que les conduzca hacia fuentes tranquilas para que reparen sus fuerzas desgastadas por la rutina y el desaliento; para que no se pierdan, al contrario, para que permanezcan en la unidad. La llamada de Dios puede que no haya sido en un momento concreto. Tal vez, todos los momentos de tu vida han sido llamadas a seguirle, no como asalariado, sino como quien conoce a las ovejas y da su vi-da por ellas, a semejanza de Cristo.

Ora a Dios por tu vocación. Él, como acompañante cercano, seguramente sabe lo que necesitas; te invito a experimentar el abandono, como quien espera todo de su Señor, como alguien que en completa disponibilidad quiere imitarle y buscar lo mejor. Eleva el corazón, no sólo una plegaria:

Quisiera, Señor, imitarte en todo.

Lo mismo en retirarme por la noche a orar,

que elegir a los que luchen para construir tu reino,

en gozar como tú de la calma vespertina

y en caer rendido tras una caminata.

En no llevar nada para el viaje:

ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero;

en tomar parte en las fiestas de los amigos

y en no tener dónde reposar la cabeza;

no contar con tiempo para comer

y contemplar entusiasmado los lirios del campo.

Ser como pájaro del cielo a quien Dios cuida

o como un lirio del campo a quien Dios viste,

sin siembra, sin siega, sin graneros.

Crecer y florecer,

sin congoja por comer, beber o vestir,

buscando sólo tu Reino y su justicia.

 Te alabo, Señor del cielo y de la tierra, porque has querido ser mi guía, aquel que se preocupa de que nada me falte. Yo sé que Tú me llevas a verdes praderas y fuentes tranquilas, para reparar las fuerzas. Te bendigo, Dios Todopoderoso porque no me de-jas en la oscuridad que ronda mi joven vida; aunque pase por momentos difíciles, Tú te haces presente: me proteges, aunque no sienta tu presencia; sé que me miras con cariño. Te agradezco porque me preparas una mesa bien abastecida; me unges la cabeza con perfume de alegría y dignidad; porque desborda el vino de tu amor en mi copa.

Ahora, te invito a que eleves una oración por todos los sacerdotes del mundo, especialmente por los que han tenido contacto directo contigo, los que te han ayudado sin que tú te dieras cuenta.

Cristo Jesús, sumo y eterno sacerdote,

quiero poner en tu corazón a todos los sacerdotes,

especialmente a aquellos

por quienes he recibido tus gracias:

el sacerdote que me bautizó,

el que ha absuelto mis pecados

reconciliándome contigo y con tu Iglesia;

aquellos en cuyas misas he participado

y que me han dado tu cuerpo en alimento;

los que me han transmitido tu Palabra

y los que me han ayudado y conducido hacia ti.

A todos los sacerdotes, transfórmalos en ti, Señor:

que el Espíritu Santo los posea

y que por ellos se renueve la faz de la tierra. Amén.

Invoca a María, para que proteja a los ya recibieron el ministerio sacerdotal e interceda por quienes tienen alguna inquietud a esta vocación:

Madre de Jesucristo, que estuviste con Jesús al comienzo de su vida y de su misión; lo buscaste como maestro entre la muchedumbre; lo acompañaste en la cruz y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tu-yo: acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y ministerio, oh Madre de los sacerdotes. Amén

3. Vayan por todo el mundo (Vocación misionera)

La causa que más mueve el corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que nos tuvo él y, con él, su Hijo, nuestro Señor. Más mueve el corazón a amar que los beneficios, porque el que hace a otro beneficio, le da algo de lo que tiene; mas el que ama, se da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar. (San Juan de Ávila)

Jesús se hace presente en tu vida y la transforma. Dios Trinidad ha querido habitar en ti, según las palabras de Jesús: El que me ama, se mantiene fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él (Jn 14, 23). Resucita para nuestro bien y se queda en la Eucaristía para vivificar-nos. Nos hace partícipes de su identidad de Hijo de Dios y de su misión. Considera en silencio este amor suyo, profundo, personal, irrepetible.

Lee detenidamente este texto tomado del evangelio de san Mateo, en el que Jesús envía a sus discípulos:

Mt 28 16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17 Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado. 18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: “Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra. 19 Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, 20 enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos.

Es un texto profundamente simbólico. Jesús se manifiesta resucitado en su identidad plena. Se desvela el misterio de su persona y su vocación. El encuentro sucede en Galiela, allá donde inició el ministerio de Jesús también comienza la misión de los apóstoles, porque son sus continuadores. Se reúnen en una montaña, lugar de la revelación. En el primer momento (vv. 16-18).

Jesús perdona a sus discípulos: lo adoraron, ellos que habían dudado y los acoge como él siempre lo hizo: se acercó. Serán enviados pese a que se ha comprobado su vacilación y su falta de constancia. Jesús devuelve las fuerzas a quienes no fueron capaces de seguirlo en su pasión. De este modo hace ver que la misión que les confía es un don inmerecido.

Se presenta como el resucitado, investido de autoridad plena sobre cielo y tierra. La misión reviste una novedad: ya no se dirige sólo a Israel, sino a todos los pueblos. Tiene un valor universal y contiene un mensaje dirigido a todo hombre. La misión se realiza en dos momentos: la enseñanza: vayan y hagan discípulos, y el bautismo. Desde ahora hay una mutua y profunda relación: los discípulos son consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; pero Jesús permanece con ellos todos los días hasta el final de los tiempos. La misión está así en el corazón de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Es su identidad.

Guarda silencio releyendo este texto tan importante. Permite que Jesús te perdone y acoja como hace con los discípulos. Escucha su voz que te envía a la misión en su nombre. Te experimentas en esa mutua relación: consagra-do a él y acompañado por él.

Ante Jesús, que se da a sí mismo y sostiene a sus discípulos para la misión, y al percibir toda la vida como un don recibido de él, san Ignacio de Loyola compuso esta oración. Te lleva de la mano para orar tu vocación:

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,

mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,

todo mi haber y poseer,

vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno;

todo es vuestro,

disponed a toda vuestra voluntad,

dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.

Reflexiona en silencio sobre esta hermosa oración. Fíjate lo que se está diciendo. Es una oración de total confianza en Jesús, el amigo. Muy propia para hacerse ante su presencia sacramentada. Pones en manos de Dios todo lo que eres, porque entiendes que con su sola amistad o gracia es suficiente. Intenta ponerte espiritualmente en sus manos, con una entrega y confianza total.

Ahora es el momento de orar por los demás, por todas las vocaciones. En esta oración, compuesta por el papa Juan Pablo II al inicio del tercer milenio, se interpretan todas las vocaciones desde el mandato misionero de Jesús. Pídele a Jesús con estas palabras que se haga realidad, también en nuestro tiempo, con fe y alegría, ese mismo envío que hizo a sus discípulos en  la montaña de Galilea.

Padre santo, mira a nuestra humanidad,

que da los primeros pasos

en el camino del tercer milenio.

Su vida está marcada por el odio, la violencia, la opresión,

pero el hambre de justicia, de verdad y de gracia

encuentra todavía espacio en el corazón de tantos,

que esperan quien traiga la salvación,

realizada por ti a través de tu Hijo Jesús.

Hay necesidad de heraldos valientes del evangelio,

de siervos generosos de la humanidad sufriente.

Manda a tu Iglesia, te pedimos, presbíteros santos,

que santifiquen a tu pueblo.

Manda numerosos consagrados,

que muestren tu santidad en medio del mundo.

Manda a tu viña obreros santos,

que trabajen con el ardor de la caridad

e impulsados por tu Espíritu lleven la salvación de Cristo

hasta los extremos de la tierra. Amén.

Al concluir este momento de visita a Jesús Sacramentado, vuelve tu mirada a María. Ella ha sido como un sagrario de la presencia de Dios, y con Jesús te enseña a responder al llamado de Dios. Lo puedes hacer ayudado por esta oración:

María:

tú has sido capaz de dar,

en plenitud,

el “sí” a la propuesta

y a los planes de Dios.

Únicamente tú te has entregado en absoluta disponibilidad

a su voluntad amorosa y providente.

Contemplamos tu ejemplo, que nos ilumina

y es estímulo que nos impulsa

hacia el compromiso cristiano en la vida.

Sentimos muchas veces,

sin duda,

la exigencia de Dios,

su invitación o llamada,

a participar en la realización de sus designios,

grandes o humildes, importantes o de rutina diaria.

Madre nuestra María,

enséñanos a abrirnos al Señor,

a estar pendientes de su voz

y a decir “sí” con alegría.

4. Ve y di a mis hermanos (Vocación religiosa)

Como los enamorados con amor humano casi siempre emplean su pensamiento en recordar, el corazón en estimar y la boca en alabar al objeto de sus amores, y cuando se hallan ausentes no pierden ocasión de manifestar su afecto por cartas, y en cualquier árbol escriben el nombre de la persona amada, así los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en él, suspirar por él, aspirar a él y hablar de él y quisieran, si fuese posible, grabar en todos los corazones el santo y sagrado nombre de Jesús. (San Francisco de Sales).

Visitar a Jesús Sacramentado es un acto de amor. Para un cristiano es importante tener amor concreto y sensible a Jesucristo, y de modo especial en el Santísimo Sacramento.

No te basta con invocar a Dios, porque el modo práctico como lo has conocido y amado es a través de la persona de Jesús. Tienes una experiencia similar a la de san Pablo, que decía: Ahora, en mi vida terrena, vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Gal 2,20).

En un momento de silencio considera este amor personal de Jesús por ti y de ti por Jesús.

Luego lee despacio este texto, tomado del cuatro evangelio, que nos refiere la experiencia de María Magdalena, alguien que ama sensible y concretamente a Jesús, pero necesita amarlo mejor.

Jn 20 10 Los discípulos regresaron a casa. 11 María, en cambio, se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro. 12 Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. 13 Los ángeles le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. 15 Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: “Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo. 16 Entonces Jesús le dijo: “¡María!”. Ella se acercó y exclamó en arameo “¡Rabboni!”, que quiere decir Maestro. 17 Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, ve y di a mis hermanos que voy a mi Padre que es el Padre de ustedes; a mi Dios, que es también su Dios. 18 María Magdalena se fue corriendo a donde estaban los discípulos y les anunció: “He visto al Señor”. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

El amor de María Magdalena está fuertemente referido a la persona de Jesús, a su cuerpo. Pero Jesús resucitado le enseña un nuevo modo de relación. Lo descubre primero cuando Jesús menciona su nombre. Él la ama personalmente. Pero comprende que hay un nuevo camino para a-marlo cuando es enviada a los discípulos. La nueva relación con Jesús abre también una nueva relación con el Padre: voy a mi Padre que es Padre de ustedes. Esta mirada nueva de María es la mirada de la fe. Parte de la iniciativa de Jesús porque es un don. Con el don de la fe podrá emprender, llena de alegría, un nuevo camino.

También nosotros necesitamos el don de la fe. En Jesús Eucaristía se nos manifiesta el Resucitado. Pero es necesario acercarte con fe a este misterio para que ilumine tu camino, caracterizado por la misión. Eres enviado por Jesús para anunciar el designio del Padre. Quien ama a Jesús lo imita y lo obedece, como María Magdalena.

Haz silencio interior ante Jesús. Considera que ahora tienes, como María, un encuentro privilegiado con Jesús. Experiméntate amado de modo personal. Acepta el envío que él te hace para anunciar su presencia gloriosa a los hermanos.

San Francisco de Asís comprendió muy bien este a-mor personal a Jesús que te lleva a imitarlo. Haz oración con este texto suyo, que enseña el don de sí mismo que supone la llamada de Dios:

Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz

donde haya odio, ponga yo amor,

donde haya ofensa, ponga yo perdón,

donde haya discordia, ponga yo armonía,

donde haya error, ponga yo verdad,

donde haya duda, ponga yo fe,

donde haya desesperación, ponga yo esperanza,

donde haya tinieblas, ponga yo luz,

donde haya tristeza, ponga yo alegría;

que no me empeñe tanto

en ser consolado, como en consolar,

en ser comprendido, como en comprender,

en ser amado, como en amar,

porque dando se recibe,

olvidando se encuentra,

perdonando se es perdonado,

muriendo se resucita a la vida.

Vuelve a rezar despacio, dos o tres veces la oración de san Francisco, sintiéndola como tuya, ofreciéndote verdaderamente a Dios y a los hermanos, a ejemplo de Jesús.

En eso consiste la vida religiosa: un camino de amor personal y de imitación radical de Jesucristo.

Llevando estos deseos en tu corazón, pon ahora tu pensamiento en las necesidades del Mundo, y pide al Señor que conceda vocaciones a su Iglesia:

Oh Dios, Padre bueno, dueño de la mies,

escucha la oración de tus hijos:

Concédenos abundantes vocaciones

sacerdotales, religiosas y laicales,

garantía de vitalidad

para el porvenir de tu Iglesia.

Haz que los sacerdotes, religiosos y laicos

sean testimonio de fraternidad

por su total entrega a ti y a los hermanos.

Danos sabiduría para descubrir tu llamada

y generosidad para seguirla con prontitud.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Recurre a la intercesión de María con esta oración del Papa Juan Pablo II:

Virgen María, humilde hija del Altísimo, en ti se ha cumplido de modo admirable el misterio de la divina llamada.

Tú eres la imagen de lo que Dios realiza en quien a él se confía. Aquél que ha nacido de tu seno ha unido en un solo querer la libertad salvífica de Dios y la adhesión obediente del hombre.

Gracias a ti, la llamada de Dios se salda definitivamente con la respuesta del hombre-Dios. Tú, primicia de una vi-da nueva, custodia en todos nosotros el “Sí” generoso de la alegría y del amor.

5. Ha elegido la mejor parte (Vocación contemplativa)

Entréme

donde no supe

y quédeme no sabiendo

toda ciencia trascendiendo

(San Juan de la Cruz)

Ahora, tocamos un terreno delicado. Igual que a Moisés nos diría Dios: …quita las sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es suelo sagrado (Ex 3,5). Dios te invita a un encuentro cercano. No es el momento de la superficialidad, de la periferia en la vida. Se trata de un dejarse encontrar, dejarse alcanzar por Él. Deja que te bañe del rocío refrescante de su Presencia. Deja que su paz penetre hasta lo hondo de tu interior. No es el momento de hablar, más bien se trata de estar, sabiendo que Él también está; se trata de vibrar con la alegre noticia de su venida. Una llegada que se hace consciente, que se espera con los brazos abiertos, el corazón dispuesto y los pies ligeros.

Te invito a que leas el texto de san Lucas cuando visita a la familia de Lázaro; sitúate en la persona de María. Puedes imaginar el lugar; palpar los sentimientos de Marta y María al ver llegar a Jesús; trata de descubrir qué experimentó María, qué la hizo perder el tiempo y el espacio para concentrarse de tal manera en Jesús que le importó poco lo que acaecía a su alrededor.

Lc 10  38 Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. 39 Tenía Marta una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, en cambio, estaba atareada con todo el servicio de la casa; así que se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola para servir? Dile que me ayude. 41 Pero Jesús le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, 42 cuando en realidad sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte, y nadie se la quitará.

 En esta escena debía haber muchos invitados, y unos de los deberes de las personas que recibían era atenderles y preocuparse de que no les faltara nada. De ahí la queja de Marta de que su hermana no le ayuda en las tareas de la casa. La respuesta del Señor nos da el mensaje central: la palabra de Jesús está por encima de cualquier otro interés. Esto es lo importante, porque es el comienzo absoluto de todo seguidor. En la medida en que se escuche bien, con fidelidad, atención y agudeza, se podrá dar el siguiente paso: el del amor en la acción. Es un momento clave en el itinerario del seguimiento: adentrarse en los sentimientos, criterios, fundamentos de Jesús, para después transmitirlos entre los hermanos.

Imagina la llegada de Jesús. No dices nada, sólo escuchas, te embelesas en las palabras del Maestro. En la medida en que experimentes su cercanía, su trato amable y sencillo, podrás comprender la trascendencia de su presencia. Déjate vivificar desde lo hondo por Él, a ejemplo de María.

Es bueno que insistamos en pedir al Señor su ayuda para nuestro buen discernimiento. Recurre a Él, seguro que te mirará con su sabiduría, y no dejará que te extravíes en el camino. Haz tuyas las palabras de santa Teresa, experimentando el abandono en las manos del que todo lo puede.

Vuestra soy, para vos nací,

¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,

eterna sabiduría,

Bondad buena al alma mía,

Dios, alteza, un ser, bondad,

la gran vileza mirad

que hoy os canta amor así:

¿Qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criaste,

vuestra, pues me redimiste,

vuestra, pues que me sufriste,

vuestra, pues que me llamaste

vuestra pues que me esperaste

vuestra, pues no me perdí.

¿Qué mandáis hacer de mi?

¿Qué mandáis pues buen

Señor que haga tan vil criado?

¿Cuál oficio le habéis dado

a este esclavo pecador?

Veisme aquí, mi dulce Amor,

Amor dulce, veisme aquí,

¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,

yo le pongo en vuestra palma;

mi cuerpo, mi vida y alma,

mis entrañas y afición;

dulce Esposo y redención,

pues por vuestra me ofrecí,

¿qué mandáis hacer de mí?

Señor, deseo verte más allá de la imagen que me he formado de ti. Te adoro desde el fondo mismo de mi ser porque me has llamado a tu presencia. Te adoro con la sinceridad y la lealtad que me mereces. Bendito seas por ser tan cercano y atento. Tu presencia sobrepasa mi pequeñez, sin embargo, te abajas, vienes a mi vida vacilante. ¡Bendito seas por tu bondad!

En tu inquietud vocacional no vas solo. Hay otros jóvenes con el deseo ardiente de seguir a Jesús. Te invito a que eleves una súplica a Dios en su favor, sobre todo por los que no se atreven a dar una respuesta concreta. Solidarízate con ellos y ellas, para que se dejen tocar por Dios:

Oh Jesús, divino Pastor de las almas,

que has llamado a los apóstoles

para hacerlos pescadores de hombres,

atrae otra vez a ti

almas ardientes y generosas de jóvenes,

para hacerlos tus seguidores y tus ministros;

hazlos partícipes de tu sed de redención universal,

por la cual renuevas cada día tu sacrificio.

Tú, oh Señor, siempre vivo para interceder por nosotros,

abre los horizontes del mundo entero

donde la muda súplica de tantos hermanos

pide luz de verdad y calor de amor;

a fin de que , respondiendo a tu llamada,

prolonguen aquí abajo tu misión,

edifiquen tu cuerpo místico, que es la Iglesia,

y sean sal de la tierra y luz del mundo.

Pon tu vida bajo la protección de la Santa María, para que caminemos seguros hacia el Señor:

Oh Virgen María, te encomendamos nuestra juventud, en especial los jóvenes llamados a seguir más de cerca a tu Hijo. Tú conoces las dificultades, las luchas, los obstáculos que ellos tienen que afrontar.

Ayúdales para que pronuncien también su “sí” a la llamada divina, como tú lo hiciste.

Atráelos a tu corazón, que puedan comprender contigo la hermosura y la alegría que les espera cuando el Omnipotente les llame a su intimidad, para hacerles testigos de su amor y capaces de alegrar a la Iglesia con su consagración. Oh Virgen María, concédenos alegrarnos contigo al ver que el amor que tu Hijo nos ha traído es acogido, guardado y amado nuevamente. Concédenos ver en nuestros días las maravillas de la misteriosa acción del Espíritu Santo. Amén.