La oración es el medio fundamental para que pueda existir un verdadero proceso vocacional. La opción por una vocación específica está directamente relacionada con la profundidad de la vida espiritual. La vocación se elige y se sostiene en un clima de discernimiento espiritual.
La oración, alma de la vocación
Los textos bíblicos que describen la llamada de Dios tienen como común denominador la forma literaria de diálogo. El Señor y su ángel conversan con la persona llamada, estableciendo una relación de tú a tú. Es en este diálogo donde se comprende y acepta que Dios llama y don-de se clarifica el sentido de ese llamado o envío. Los textos proféticos dibujan hermosamente la espiritualidad de los profetas. Ellos dialogan continuamente con Dios, porque el envío que recibieron en un principio deberá ser reformulado una y otra vez, en las circunstancias cambiantes de su vida.
Si esto es claro en muchos personajes bíblicos, es evidente en la persona de Jesús. Realiza el envío recibido en una continua relación orante con el Padre y como cumplimiento de su voluntad salvífica. De modo que Jesús es el ungido del Señor, el enviado por antonomasia, pero a la vez y por ello mismo es el primer orante. Su oración le lleva a interpretar la misión en todos los momentos de su vida, pero especial y sorprendentemente en el camino de la Cruz. Su oración estaba impregnada de este sentido vocacional.
Es también la insistencia de los santos y los fundadores de instituciones religiosas. Ven en la oración la clave más importante para el sostenimiento de la vocación y por ello la recomiendan a sus seguidores insistentemente.
Hay que dejar de percibir la vocación como un simple acontecimiento originario y comen-zar a verla como un acontecer cotidiano, algo que ocurre y se renueva en cada día de nuestra existencia cristiana. El creyente se define por su afán de cumplir la voluntad del Padre, porque el don de la fe y la vocación es una realidad continuamente renovada, siempre en alguna medida desconcertante.
De ahí la necesidad profunda de la oración y de una oración que abra en el corazón del hombre la posibilidad de ser discípulo, es decir, a poner toda su vida en función del misterio del Reino y de la realización del Plan de salvación. No hay verdadera vida cristiana y vocacional si no existe una mística concreta y la ascesis correspondiente. Y esto, que es el corazón de la experiencia vocacional no se consigue sino a través de la oración.
Los grandes autores espirituales distinguen entre dos tipos de oración o aún mejor entre dos momentos o calidades en la oración. El primero consiste sobre todo en los actos que hace el hombre para relacionarse con Dios. Por ejemplo: invocar la ayuda de Dios, seleccionar y leer textos, meditar, examinar o contemplar, etc. Y el segundo se da una conversación íntima, profunda, que compromete el corazón de la persona. Esta parte o modalidad de la oración no debe faltar, porque es lo más importante de la oración, donde el hombre compromete su vida a partir de una experiencia de Dios.
Cuando el camino vocacional ya no conduce a un coloquio íntimo con el Señor, podemos reconocer también una crisis de la vocación. Necesitamos esos momentos breves e intensos, en los cuales nuestro espíritu se calienta al fuego del amor de Dios, para poder mantener viva la llama de la propia vocación. Este tipo de oración, en la que la vida se pone en juego, se podría llamar “oración vocacional”.
Medio privilegiado para la pastoral vocacional
La opción o las elecciones en la vida de fe se sostienen desde la determinación espiritual. Es prácticamente imposible pensar en una opción vocacional cuando falta un mínimo grado de madurez espiritual y orante. Esta es una de las razones por las que muchos jóvenes no llegan a comprometer su vida, porque les falta profundidad espiritual.
Los documentos de la Iglesia insisten una y otra vez en la importancia de la oración como el medio más importante para la pastoral vocacional. Pero esta consigna se traduce de modo superficial, la gran mayoría de las veces, sólo en implementar una fórmula de oración por las vocaciones, dejando de lado una verdadera educación en el camino de la oración. Ya se ve que este tipo de oración, más bien externa, en la que con frecuencia se pide sólo por la vocación de los otros y se traduce en un “pedir vocaciones” no parece el modo más adecuado.
Como complemento necesario a este modo de presentar la oración por las vocaciones está la educación de las personas en un modo de orar que abra su futuro a la perspectiva del Reino de Dios. Para conseguir esto es fundamental que se pongan medios de profundización espiritual. Hay que reconocer que la mayor parte de los jóvenes que participan en la vida de la Iglesia no han recibido una enseñanza eficaz en este sentido. Se pueden señalar unos ámbitos concretos:
De este modo, hacer pastoral vocacional es ofrecer a los jóvenes, a las familias, a los grupos apostólicos, espacios y métodos para el aprendizaje de la oración. Hay que dar a la propuesta espiritual el centro, convirtiéndola en eje del aprendizaje de los jóvenes en su camino de fe. Eje desde el cual se interpreta el apostolado, el compromiso social, y todo el crecimiento de la persona. La vida espiritual se convierte así en referencia y clave interpretativa de toda la vida del creyente.
Ámbito de discernimiento
El tercer punto que nos interesa desarrollar consiste en mirar la oración como un ámbito de discernimiento. Las personas creyentes saben pasar de la oración a sus ocupaciones cotidianas, descubriendo en ellas la realización del plan salvador de Dios. Este es un signo del desarrollo de la fe.
El discernimiento no consiste en un saber teórico, sino en un aprendizaje práctico, que se refiere a la conducta del creyente y se abre a todo momento. El contexto es el de una exhortación a madurar en la fe. Una persona con fe madura se define por su capacidad de discernir, es decir, de hacer el bien en la práctica guiado por la doctrina del evangelio. Es el hombre que se halla de tal manera unido a Cristo que no puede hacer otra cosa sino lo que Cristo haría en su lugar. A este tipo de conocimiento no sólo se accede por la vía racional, sino a través de todo el hombre que se compromete en una acción determinada con todo lo que es.
Hemos insistido en la oración como una experiencia viva, como un encender el corazón al fuego del amor de Dios. Porque este amor es capaz de crear una capacidad nueva en el corazón del hombre: la posibilidad de acoger un proyecto que no es suyo, de ir más allá de los límites naturales para buscar la voluntad de Dios que no es otra cosa que el bien común. Encontramos el modelo de este tipo de oración de discernimiento en el texto de la oración del huerto: ¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí este cáliz de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mc 14,36).
En esta breve oración que hace Jesús reiterativamente quedan bien claros los dos extremos: una experiencia actual, entrañable y viva de amor que se expresa en el término “Abba”. Sólo quien se sabe personalmente amado puede expresarse así; pero esta experiencia le lleva a abrir-se a un proyecto que va más allá, hacia la voluntad del Padre.
San Pablo expresa una situación similar: Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida terrena, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y murió por mí. No quiero hacer estéril la gracia de Dios… (Gal 2, 19-21). Nuevamente aparece el amor, desbordante, sorprendente, que lleva al hombre a una nueva orientación de su vida hacia algo que no estaba previsto pero se descubre como positivo desde el amor: hacer fecunda la gracia de ese amor.
Quien practica el discernimiento se une con Cristo y con Dios en cada momento de su vi-da, y así precisamente podríamos definir la oración. De esta manera nos interesa más una actitud orante que actos aislados de oración. La oración cristiana tiene como finalidad orientar los pasos del creyente hacia la unión con Dios, sea en la capilla o fuera de ella. Esta actitud orante es la que conviene enseñar, especialmente a los jóvenes. Una oración que les lleve al discernimiento de la voluntad de Dios ya es una oración vocacional.
El discernimiento consiste en eso. Descubrir la voluntad de Dios poniendo en juego todas las potencias del hombre: inteligencia, sentimientos, voluntad, para optar libremente correspondiendo a su amor. Este tipo de oración coincide exactamente con ese fenómeno que llamamos vocación.
Si toda experiencia de oración supone un discernimiento, hay un tipo de oración que directa y específicamente pretende el discernimiento vocacional. Se le puede llamar con propiedad oración vocacional. Consiste en poner la vida delante de Dios para que él disponga de la persona para lo que quiera. Este tipo de oración es ampliamente presentada en la Biblia, y marca una cumbre en la vida espiritual de los santos. Supone el paso de la afectividad infantil que demanda afecto a la oblatividad adulta, en la que la persona se ofrece a sí misma para el bien de los demás. Una vida espiritual profunda conduce a esta obltividad y a la oración vocacional.
Pero todo camino vocacional debería comenzar por ensayar este tipo de oración. Supone a la vez esa actitud que descubrimos en la persona de Jesús, de no pretender la realización de los propios planes, sino de la voluntad de Dios sobre la propia vida. Si el simple acto de discernir supone y conlleva la oración, el discernimiento de la vocación supone a su vez y exige la oración vocacional. Se puede decir que esta actitud orante está en el mismo centro de la experiencia vocacional, y es como su fuente y su cumbre.
Ejercicio
En la historia de la Iglesia existen preciosos modelos de esta oración oblativa vocacional, que lleva a las personas a discernir la voluntad de Dios sobre su vida. Ponemos a continuación algunos ejemplos. Elije uno de ellos y subraya los elementos que hemos señalado para la ora-ción oblativa vocacional.
Charles de Foucauld
Padre, Me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo,
con tal de que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma, te la doy,
con todo el amor de que soy capaz.
Porque te amo y necesito darme.
Ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
Santa Teresa de Jesús
Vuestra soy, para Vos nací:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad, eterna Sabiduría,
Bondad buena al alma mía;
Dios, Alteza, un Ser, Bondad:
La gran vileza mirad,
que hoy os canta amor así:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes.
Vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma:
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición.
Dulce Esposo y Redención
pues por vuestra me ofrecí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad;
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo:
pues del todo me rendí,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración;
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o, por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía.
Dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí y allí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando
quiero por amor holgar;
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando:
decid dónde, cómo y cuándo,
decid dulce Amor, decid:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa,
o estéril, si cumple así:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadena,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo pena,
o ya David encumbrado.
Sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Haga fruto o no lo haga,
esté callando o hablando,
muéstrame la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo Vos en mí vivid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para Vos nací:
¿Qué mandáis hacer de mí?
San Francisco de Asís
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensas, que yo ponga per-dón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad.
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tinieblas, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría.
Haz que no busque tanto
el ser consolado como el consolar,
el ser comprendido como el comprender,
el ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe,
olvidándose de sí mismo es como uno se encuentra,
perdonando es como se obtiene perdón,
y muriendo es como se resucita para la vida eterna.
San Ignacio de Loyola
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber
y mi poseer;
Vos me lo disteis;
a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro,
disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que ésta me basta.