Una imagen para cuatro testigos de la fe

Una imagen para cuatro testigos de la fe

Sor Isabel Guerra, monja cisterciense y autora de la imagen de los próximos beatos mártires operarios, expone qué le ha inspirado para ejecutar esta composición.

Una imagen para

cuatro testigos de la fe

…que no amaron tanto su vida (sus ilusiones, sus cosas, a los suyos) que tuvieran miedo a perderla.

Y por ellos se alegran los moradores de las tiendas del cielo.

La salud y el poder se asientan en su debilidad.

La potestad de El Vencedor de la muerte resplandece en la humildad de sus vidas entregadas.

Los que creían arrebatarles la existencia, les daban entrada en la vida para siempre.

Y el siniestro sonido de las armas hacía resonar un canto de victoria atravesando, hasta la gloria, el universo.

Combatieron con la paz de los sencillos el ataque de la violencia injusta. Que nunca es justa la violencia que pretende acabar con la bondad que la supera.

Nos cuesta pensar que el coraje puede ser la entrega. Y la sabiduría, el perdón y la misericordia.

Que no hay nada que “construya” tanto la casa de El Infinito y la puerta de su reino como el fuego que pretende destruir el lugar donde, en la tierra de nuestro espacio tiempo, El Tres Veces Santo es alabado.

El inocente perseguido está siempre amparado en el seno de La Belleza. Porque la persecución de la vida por los agentes de la muerte es siempre el intento vano de herir a La Verdad. Pero La Verdad acoge en su seno de Belleza al pobre desvalido, para transformarlo en resplandor de su luz increada que ilumine el tiempo que habitamos ahora.

Pero yo, pensando estas cosas, ¿qué hago ahora con estas pequeñísimas fotos de minúsculos puntitos que han aparecido en la pantalla de mi ordenador? ¿Qué puedo hacer para decir en imagen que estos rostros, apenas visibles, son ahora luz del mundo?

¡Total temeridad! He dicho que voy a intentar crear esa imagen no sé por qué. Y no sé por qué, pero voy a intentarlo:

¡Hablar de su vida, de su muerte y de su gloria!

Estos rostros necesitan un cuerpo acorde con su momento, con el talante de tantos que, como ellos, vivieron aquellas circunstancias. Y estaban ahí, preservados del deterioro de los años, digitalizados en sus pobres condiciones, pero a salvo en Internet.

¡Ya tienen entera su figura, he encontrado sus cuerpos!  Forman un grupo de fraternidad serenamente invencible. Y también las armas que acabaron con la vida de tantos como ellos. Las pongo a sus pies, les prendo fuego, un fuego sin luz, unas llamas que sólo destruyen aquello que no cuenta, proyectando oscuridades. Y sus casas ardiendo. Las miro y no, no se queman, se elevan y se van haciendo una luz infinita en la infinita luz de la Belleza.

Y en el centro de la composición, presidiendo y acogiendo en sí toda la escena, el signo glorioso del poder que vence al mundo: La Cruz. A ella supieron abrazarse estos cuatro testigos de la fe, ese don todopoderoso que tienen los débiles para llegar a ser canto de alabanza eterna.

Esa Cruz en la que están integrados todos los colores que forman su blancura de irradiación perfecta. Los colores de cada uno de estos cuatro combatientes, armados todos ellos del perdón y la paz. La Cruz flanqueada de armoniosa tubería que cantará por siempre su Himno de Victoria:

        A ÉL HONOR Y POTENCIA POR LOS SIGLOS

                                                               AMÉN

                                                           ALELUYA

                                                                   Sor Isabel Guerra, monja cisterciense y autora de la imagen