19 Ago Testimonio de Jorge Pérez ante su próxima ordenación sacerdotal
Jorge ha sido un buscador incansable. Su sed por encontrar el sentido de la vida le llevó incluso a alejarse de la fe. Pero regresó, como el hijo pródigo. Cuando afirma que «el sacerdote es testigo de la misericordia divina con él mismo», sabe lo que dice, porque lo ha vivido.
Durante estos dos últimos años ha completado su camino de formación realizando la etapa pastoral en el Centro de Orientación y Acompañamiento Vocacional (COAV) de Querétaro (México). Confiesa que ha crecido compartiendo la vida con el P. Juan Bernardo Salazar y con los aspirantes menores de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. El próximo día 22 de agosto será ordenado presbítero en Celaya, diócesis en la que está incardinado. Esta entrevista nos ayuda a conocerle un poco más.
¿Quién es Jorge?
Es un hijo de Dios Padre, redimido por Jesucristo el Señor, habitado por el Espíritu Santo. Miembro de la Iglesia por misericordia de Dios y por la fe de mis padres: Roberto Javier (+) y Eloísa. Proveniente de una familia de 7 hermanos, 4 hombres (Javier, Miguel, Luis, Pepe) y 3 mujeres (Georgina, Gaby, Bety). Ordenado diácono por la gracia de Dios. Mexicano. Estoy por cumplir 36 años.
¿Cómo surge tu inquietud por ser sacerdote?
Lo primero debe haber sido cuando fui monaguillo: recuerdo nítidamente la primera vez que subí al presbiterio del templo de San Francisco, en mi natal Celaya, porque me impresionó el tamaño del altar. Sin embargo, a pesar de que mis padres eran de asistencia a la misa dominical, cuando entré en mi adolescencia yo dejé de ir a Misa. Sentía en mi interior un anhelo de conocer sobre Jesús, al tiempo que me daba cuenta que para mis compañeros eso no importaba tanto, pero nunca lo comprendí como un llamado al sacerdocio porque, en aquel tiempo, ¡yo detestaba a la Iglesia! Sentía que yo tenía una “misión”, pero no sabía si era política, cultural, laboral o de otra naturaleza; sólo sentía como un fuego que no se apagaba, una sed que nunca quedaba saciada.
Muchos años después (¡12 años!), casi terminando mis estudios universitarios, comencé a asistir a Misa otra vez regularmente, cansado de buscar en ideologías políticas (socialismo-marxismo) y corrientes pseudo-religiosas (New Age); después de un par de años, comencé un curso bíblico de evangelización (¡a los 26 años!) con las Hermanas Misioneras Servidoras de la Palabra, y allí fui comprendiendo que ese anhelo de conocer sobre Jesús, esa sed que no se saciaba y ese fuego que no se apagaba, era “la llamada” a seguirlo más de cerca, a conocerle, a servirle en los hermanos.
¿Qué fue lo que te movió a dar el paso para entrar en el seminario?
Antes de entrar al seminario, hice una experiencia de año y medio como misionero laico. Esta experiencia fue invaluable: abandonarse a la providencia de Dios, servir a diversas comunidades, auxiliar a los párrocos, la convivencia con las personas que evangelicé. Allí profundicé en “la llamada” y después de un período de discernimiento, sopesando las necesidades que enfrentaban las comunidades en las que estuve, decidí que buscaría entrar al seminario.
¿Cómo asimiló tu familia tu vocación?
Pues viniendo de una familia numerosa, hubo respuestas diversas. Algunos de mis hermanos se disgustaron conmigo por la decisión de emprender el camino de discernimiento, ya que yo aportaba dinero para los gastos de la casa y sentían que era una forma de escape. Sin embargo, la mayoría respetó mi decisión y me han alentado y han estado pendiente de mí. Mi mamá, por la cercanía que tiene conmigo, se resistió bastante ante la decisión que tomé, en un principio; pero en ella se cumplió aquel versículo del salmo 126: “los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”.
¿Qué personas te han ayudado en tu proceso vocacional?
¡Contestar a esta pregunta significaría hacer una tremenda lista! Particularmente recuerdo a las hermanas servidoras de la Palabra (Vicky, Carmen, Luz Elena), que me dieron el testimonio eclesial que yo necesitaba observar para que mis dudas sobre la Iglesia cayeran. El padre Javier, que me acogió en la Rectoría que tenía a su cargo, mientras yo estudiaba la filosofía y seguía discerniendo cuál era el seminario en el que entraría. Además, toda la comunidad de la Rectoría de Cristo Salvador constituyó una bendición en mi proceso: me permitieron servirles, me recibieron y trataron como uno de los suyos, toleraron mis momentos difíciles y me enseñaron a trabajar en equipo. Por supuesto, la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos: los aspirantes (que tenían “algo” que me animaba a ser como ellos) y a quien me acompañó el año previo a mi entrada, el Padre Plácido.
¿Qué recuerdos te quedan de tu época en el Aspirantado?
¡Recuerdos hermosísimos! No exagero. Cuando llegó el momento de partir, pensaba que debía haber entrado desde la etapa filosófica para atesorar más años como esos. Ante las experiencias de fraternidad, de libertad responsable, de profundización en los estudios y en la vida de oración, sólo queda estar profundamente agradecido y asombrado por la generosidad que el Señor tuvo conmigo, a través de los hermanos y los padres.
¿Qué has aprendido durante la etapa de pastoral en el COV de Querétaro?
Debo decir que, antes de que me dijeran a dónde iría en mi etapa de probación, yo consideraba que los seminarios menores no debían existir más, que los jóvenes debían entrar al seminario hasta que terminaran sus estudios de preparatoria. ¡La realidad no está totalmente contenida en las ideas que uno pueda tener!
El colaborar en la formación de esos muchachos me ha enseñado que ellos también me “formaron”, que participaron activamente en mi proceso de formación permanente. La pastoral es un enriquecerse mutuamente, en procesos en los que se comparte la experiencia de Dios que se tenga, con humildad, generosidad y caridad.
¿Qué significa para ti ser sacerdote?
El sacerdote es un servidor de la comunidad, que la acompaña en su caminar, coordinando los esfuerzos evangelizadores de la misma. Esa función de coordinación lo constituye en un puente entre los diversos ministerios, carismas y vocaciones. Pero para que estos esfuerzos perduren y den fruto, evitando las discordias, es necesario recibir la gracia de Dios a través de los sacramentos, los cuales son provistos a través del ministerio presbiteral. Esta misma gracia, actuando en la comunidad, la impulsa al servicio humilde hacia los más débiles y necesitados.
Todo lo anterior se quedaría en un mero “buenismo” si el sacerdote no se entiende a sí mismo como alguien entregado definitivamente al Señor. Que la caridad que brinda a la comunidad a la que sirve es “consecuencia” del amor que ha experimentado en su relación con el Señor. Ama porque previamente ha sido amado. El sacerdote es testigo de la misericordia divina con él mismo y con la comunidad.
¿Y ser sacerdote operario?
Ser sacerdote operario implica la promoción de una auténtica fraternidad entre los presbíteros, testimoniar la caridad pastoral en la participación en los procesos formativos de los seminaristas y brindar la posibilidad de auténticos procesos de discernimiento a cada persona que se acerca a nosotros, cuestionándose sobre su vocación.
¿Cómo ha sido tu experiencia de fraternidad sacerdotal?
La fraternidad sacerdotal se construye día a día, en los pequeños detalles, con una auténtica ocupación por el otro. Con una apertura de corazón y una disponibilidad a comprender los procesos personales. El compañero de equipo es un hermano misericordioso que te ayuda a crecer en la santidad de vida. Le agradeceré siempre al padre Bernardo, mi compañero de equipo en Querétaro, lo bien que me ha tratado y todo lo que me ha compartido y enseñado. Al padre Cristian, por su acompañamiento espiritual. También a los operarios del templo de San José: padre Alfredo, padre Felipe y padre Sinesio.
Algún mensaje para los que se cuestionan su camino vocacional…
¡Que se dejen vencer por el Señor! Que pongan atención a lo que va sucediendo en su interior y que mantengan su mente abierta, porque el Señor actúa de formas insospechadas, rompiendo nuestros esquemas. Que no pierdan ánimo ni se acomplejen ante las burlas que puedan encontrar. Que mediten la Palabra de Dios y busquen a alguien que les acompañe en su discernimiento. ¡Que la vida toma sentido cuando se ofrece a Dios, a través del servicio a los hermanos, en cada vocación!
Un pasaje bíblico: Aunque es difícil elegir solo un pasaje, probablemente me decantaría por Lucas 15,11-32, la parábola del Padre misericordioso. El sacerdote que me escuchó en confesión, después de que me alejé de ese sacramento por 12 años, me dijo que mi penitencia era meditar ese pasaje.
Un libro: «¿Quién es este hombre?» de Albert Nolan (teología) / «Confabulario» de Juan José Arreola (literatura)
Una película: La trilogía de «El señor de los anillos»
Un personaje: Tevye, el padre de familia del musical «El violinista en el tejado»