21 Mar Mons. Jorge Carlos Patrón Wong: “El seminario sirve para descubrir la voluntad de Dios”
En la víspera de la solemnidad de San José, patrono de los seminaristas, la Hermandad organizó un encuentro virtual en Instagram con Mons. Jorge Carlos Patrón Wong, Secretario para los Seminarios de la Sagrada Congregación para el Clero.
Nacido enMérida, Yucatán (México), el 3 de enero de 1958, Jorge Carlos Patrón Wong se formó como sacerdote en el Seminario Conciliar de Yucatán, siendo ordenado presbítero el 12 de enero de 1988 por el Arzobispo de Yucatán, Manuel Castro Ruiz. Cursó estudios de especialización en Teología Espiritual y en Psicología por la Pontificia Universidad Gregoriana.
A su regreso a México, pasó a formar parte del equipo formador del Seminario Conciliar de Yucatán, donde fue nombrado Rector en el año 2000. Fue presidente de la Organización de Seminarios Mexicanos (OSMEX) y de la Organización de Seminarios Latinoamericanos (OSLAM).
El 15 de octubre de 2009, el papa Benedicto XVI lo nombró Obispo coadjutor de Papantla. El 2 de mayo de 2012 sucedió oficialmente en la sede de la Diócesis de Papantla a su antecesor el obispo Lorenzo Cárdenas Aregullín.
En septiembre de 2013 el Papa Francisco, unos meses después del inicio de su pontificado, lo nombró como Secretario para los Seminarios de la Sagrada Congregación para el Clero.
Mons. Jorge Carlos Patrón Wong tiene una gran actividad en las redes sociales. Tanto en Twitter como en Instagram, supera los 20.000 seguidores, a los que les ofrece vídeos cortos con reflexiones espirituales. Además, son habituales en sus publicaciones imágenes de sus visitas a distintas casas de formación sacerdotal, así como mensajes de ánimo a seminaristas.
¿Cómo se han vivido estos tiempos de pandemia en los seminarios?
La formación no se ha parado, aunque hayan cambiado los modos. Al principio, muchos seminaristas se fueron a sus casas, con sus familias. A través de internet, continuaron con su formación y con la oración. Mantuvieron mucha comunicación con sus formadores. Hubo mucha actividad.
Ahora estamos en una segunda parte ahora muy intensa. El seminarista descubrió dos hogares: al principio con su familia y luego en el seminario. Se ha crecido en la oración, en la reflexión y en la vida comunitaria. Los seminaristas han sido muy creativos, como San José, para ser autónomos. Ha sido un trabajo en equipo.
Hay situaciones muy distintas, pero ha sido una gran oportunidad de crecimiento. Hay que seguir apoyando y rezando por situaciones donde todo no es tan positivo. Es un impulso para ayudar a los seminaristas y a los formadores para que con la gracia de Dios estemos a la altura de lo que nos pide en estos tiempos de emergencia. Todo esto sirve para la formación sacerdotal.
En esta pandemia, la formación en los seminarios no se ha parado, aunque hayan cambiado los modos.
¿Qué consejos daría para crecer en fraternidad y en caridad dentro de los seminarios?
La primera cosa que hay que hacer es rezar. Cuando uno quiere a un hermano, reza por él. En la vida cotidiana, siempre tenemos oportunidad de conocer a los hermanos, que son una riqueza porque son diferentes a nosotros. Pero, al mismo tiempo, descubrimos que hay una realidad más grande que nos une: la vocación y el amor a Jesucristo y a los demás.
Todos tenemos defectos y todos nos acompañamos mutuamente. Aprendemos a ser hermanos. Vienen jóvenes de diferentes situaciones sociales, culturales, espirituales… Se encuentra una familia diversa, pero hay una unidad. Hay una recomendación del Papa Francisco hablando de la fraternidad. En el seminario tratamos de seguir el ejemplo del Nuevo Testamento: que nos corrijamos con paciencia y con mucha caridad; que no hablemos mal de los compañeros, sino que nos corrijamos con paciencia y con mucha caridad; que recemos para ver el modo de hablar sinceramente con ellos.
Recomendaría tres palabras que el Papa Francisco nos recomienda en relaciones de amistad y fraternidad: hay que agradecer a Dios por cada persona que entre en contacto con nosotros; hay que pedir permiso y ser respetuosos con los demás; no hay que tener miedo de pedir perdón y de ser generosos en dar perdón a los demás. Y, por favor, disfruten la diversidad y ríanse mucho de las cosas que suceden en la vida cotidiana en un seminario.
La razón por la cual en los seminarios diocesanos vivimos en comunidad, es que allí se forman las amistades que van a durar toda la vida. La fraternidad sacerdotal, que resulta un sacramento después de recibir el orden sacerdotal, está fundada siempre en una amistad cotidiana, profunda, donde nos conocemos los unos a los otros.
La fraternidad sacerdotal está fundada en una amistad cotidiana, profunda, donde nos conocemos los unos a los otros.
¿Cómo se puede afrontar la crisis vocacional en el seno de la Iglesia?
La crisis vocacional se engloba en dos crisis. La primera es la crisis de la vida humana, por la falta de respeto a la vida humana desde la concepción, en el transcurso y hasta la muerte natural. La segunda es una crisis de la vida cristiana. Hoy no se puede ser cristiano de nombre. La realidad actual requiere seguir a Jesucristo, amar a Jesucristo y hacer opciones de vida cristiana. La vida cristiana supone separarse de otras cosas que son prioritarias para el mundo: no se trata de explotar a otro sino de servir a los demás.
La cultura vocacional ha cambiado. Si somos analíticos, se habla poco de la vida como vocación. Se habla de la vida como profesión. Lo que se llama orientación vocacional, no es orientación vocacional, sino una orientación profesional. No es sobre el llamado interior y no entra aquí la llamada de Dios. Hoy únicamente la Iglesia católica habla de la vida como vocación.
Los sacerdotes siempre han sido y serán el número más pequeño del pueblo de Dios; desde Jesús, que eran 12. El gran número eran los laicos. Ese modelo continúa. Los sacerdotes estamos al servicio del pueblo de Dios, que son los laicos. Y luego tenemos a hombres y mujeres que viven la vida consagrada unidos al pueblo de Dios. El pueblo de Dios lleva adelante a la Iglesia Católica.
Las semillas vocacionales existen. No hay ningún rincón del mundo donde no haya vocaciones sacerdotales. Lo que tenemos que preguntarnos es si estamos haciendo todo lo que se necesita para que esa semilla esté en un ambiente favorable para crecer como un árbol frondoso, como en la parábola de Jesús. En todas las diócesis, tenemos buenos sacerdotes y buenos seminaristas. Hay que rezar, como dijo Jesús, porque necesitamos más operarios para la mies. Como pide el pueblo de Dios, que sean sanos, santos y buenos sacerdotes. Necesitamos ayudarlos en la formación y en la oración. Aprovecho para agradecer la colaboración del pueblo de Dios, que sostiene espiritual y materialmente a los sacerdotes y seminaristas. La buena noticia es que hay semillas en todas partes, aunque cada continente tiene retos específicos.
Las semillas vocacionales existen. Tenemos que preguntarnos si estamos haciendo lo posible para que estén en un ambiente favorable y crezcan.
¿Qué consejos daría para vivir la vocación en momentos de temor?
Seguir a San José, porque San José es el prototipo de qué significa una persona valiente. No tuvo una vida fácil. No hay que esperar que el sacerdote tenga una vida fácil ni cómoda, porque el don que Dios da es ser valiente como San José. La valentía de San José es ser custodio, ser protector. Demuestra la ternura y el amor. La mamá lo demuestra de una forma y el papá, de otra. Esa valentía y esa ternura están fundadas en una fe muy grande para confiar en Dios. Haz lo de San José: crece en tu fe y en el amor tierno y custodio.
San José fue consciente de sus propios temores y por eso se lanza adelante a esta aventura que Dios le da. Uno no puede seguir adelante sin la fe en Dios, pero San José siempre aceptó la colaboración de otros, empezando con la Virgen María. No sólo enseñó a Jesús la carpintería, sino que se dejó ayudar y amar por Jesús y María. Sacerdotes y seminaristas no estamos solos. Tenemos a Dios, a Jesús, pero también a la Virgen María, a San José y a nuestros hermanos, a la Iglesia.
Si tienes temores en tu vocación, haz lo de San José: crece en tu fe y en el amor tierno y custodio.
¿Cómo afecta la crisis de paternidad existente en los tiempos actuales a las vocaciones sacerdotales?
En la formación sacerdotal, se trata de tener una experiencia del amor de Dios Padre: vivir y releer toda mi historia a través de Dios Padre en la persona Jesucristo. Es una experiencia espiritual y humana.
Nuestros papás no fueron perfectos. No sólo a través de nuestro padre, sino también de otros miembros de nuestra familia y la Iglesia, hemos recibido muchas muestras del amor de Dios. Desde antes de nacer, éramos queridos y protegidos por nuestra mamá y nuestro papá. También por todas las personas que nos han acompañado desde que éramos bebés: maestros, doctores, tíos, tías… Nuestra vida está bañada de personas que nos han ayudado. Uno trata de ver esa historia llena de amor. Si uno se ha sentido amado, puede amar. Es interesante este caminar en formación sacerdotal, porque es recuperar algo que ya hemos vivido a nivel espiritual y humano: la paternidad de Dios a través de personas concretas.
Para ser un buen padre, uno tiene que aprender todos los días a ser un buen hijo, siguiendo al hijo predilecto que es Jesucristo. Ser hijo como Jesús es un camino humano y espiritual. Siendo buen hijo, comenzamos a ser buen papá. Toda la formación en Jesucristo, imitar todas las acciones y actitudes de Jesucristo, nos acerca al Padre y nos hace reflejar su amor.
Ese Hijo siempre estuvo guiado por el Espíritu Santo. En todas las heridas de la vida, el Espíritu Bueno va a sacar de lo malo algo bueno. El Espíritu Malo, el Demonio, hace lo contrario: hace que una persona de una herida haga otra herida. Hay que llevar mucho cuidado. Hay todo un ambiente de violencia, de insulto, de degradación, de poca paternidad y de poca filiación. Somos hijos en Jesús, somos llamados a ser padres de una gran familia que es la Iglesia. Un buen sacerdote es siempre un buen papá, como el Padre, y un buen hijo, como Jesucristo, y un buen hermano, guiado por el Espíritu Santo. Es muy hermosa esta relación de la Santísima Trinidad con la vida afectiva y espiritual del sacerdote.
Un buen sacerdote es siempre un buen papá, como el Padre, y un buen hijo, como Jesucristo, y un buen hermano, guiado por el Espíritu Santo.
¿Cree que, además de la dirección espiritual, el acompañamiento también contribuye al discernimiento vocacional?
Hay que partir de un hecho teológico. Todo lo que es vida espiritual, incluido discernimiento y acompañamiento, lo recibimos como semilla el día del bautismo. Todos los bautizados tenemos al Espíritu Santo. Cuando estamos confirmados, los frutos deben verse. Un fruto es el fruto del discernimiento: se incluye la oración, el silencio…
Todos nos ayudamos en el discernimiento. ¿Cuántas veces nos han ayudado nuestras abuelitas en el discernimiento? Su vida cristiana, sencilla pero auténtica, las hace unas expertas para ser unas acompañantes vocacionales.
Todos los días hay que agradecerle a Dios. Una clave del discernimiento es esa. Todos tenemos que servir, que colaborar. Son cosas que uno desde niño aprende.
Hay un discernimiento generalizado positivo. Tenemos laicos, consagrados, consagradas y sacerdotes que no sólo tienen ese carisma, sino que se han especializado para ayudar en nombre de la Iglesia. En la pastoral vocacional, el acompañamiento y la guía de vida para un sacerdote y un seminarista son indispensables. Es indispensable porque vivimos en un presbiterio. No hay un sacerdote sin otro sacerdote. Siempre habrá sacerdotes que nos ayuden a discernir. Eso no quita que tengamos laicos y consagrados también.
Todos nos ayudamos en el discernimiento. ¿Cuántas veces nos han ayudado nuestras abuelitas en el discernimiento?
¿Cómo hacer un buen discernimiento vocacional?
Hay dos realidades de la llamada: una realidad subjetiva de la persona y una realidad objetiva. La parte subjetiva es lo que yo pienso, creo, siento, cómo me veo, qué cosas sueño para mi vida, metas… Es real. También hay una parte objetiva: el sacerdocio ministerial es un servicio como representante de la Iglesia Católica. Hay criterios objetivos de discernimiento que da la Iglesia a través de la formación sacerdotal. Por eso, hay un proceso en la pastoral vocacional y en diferentes etapas en el que eres ayudado por la gracia de Dios y por la Iglesia para descubrir cuál es tu vocación y responder a ella.
Hay que ser muy sincero. Un joven que entra al seminario, descubre su vocación. Todos la descubren. Uno la descubre como sacerdote y otro como fieles laicos o consagrados. En el seminario todos ganamos. Hay que estar abierto. El seminario sirve para descubrir la voluntad de Dios y vivir feliz con lo que aprendí. Los buenos seminarios dan buenos sacerdotes, pero también muy buenos laicos.
Una de las grandes satisfacciones que tuve como seminarista, es que excelentes compañeros míos en el seminario que en un momento de su vida descubrieron que su vocación era el matrimonio, son unos excelentes padres de familia, unos excelentes laicos comprometidos, son los que más nos ayudan a los sacerdotes. Son una potencia maravillosa dentro y fuera de la Iglesia. Como formador y rector, los agradecimientos que uno recibe, no son solo de seminaristas que llegan a ser sacerdotes, sino también de los ex seminaristas que forman excelentes y bellas familias y a través de una profesión laical sirven a la Iglesia y a la sociedad.
Los buenos seminarios dan buenos sacerdotes, pero también muy buenos laicos.
¿Qué papel desempeña la familia en el proceso vocacional?
La propia familia entra dentro de la vocación. Cuando decides ir al seminario, pones en jaque a tu familia, tratando de ver qué está sucediendo. La familia acompaña con el amor, con la oración, aprendiendo a ser familia de un seminarista y aprendiendo a ser familia de un sacerdote. El seminario es camino para ello. Partimos siempre del amor, de la fe, de la confianza en Dios, de lo que ya la familia tiene desde el bautismo y que ahora se activa a través de una nueva experiencia. En los seminarios que tienen convivencias o acompañamientos espirituales, es muy importante que los formadores, el padre espiritual y el rector acompañen al seminarista y a las familias para que estas puedan acompañar a sus hijos correctamente.
La familia acompaña con el amor, con la oración, aprendiendo a ser familia de un seminarista y aprendiendo a ser familia de un sacerdote.
¿Cómo fue su camino vocacional?
No tuve ninguna aparición especial ni de Dios ni de la Virgen. Tuve un camino muy normal. Yo era estudiante de Medicina en Mérida, Yucatán. Hay un momento en la vida en el que uno empieza a ver la vida como vocación. Hay detalles de mi vida que van a hacer eco en los seminaristas. Siempre conocimos un buen sacerdote. Me tocó ver sacerdotes entregados, felices… Sin cambiar muchas cosas, cambiaban todo. Personas que se dedicaban a hacer el bien. Siempre hubo modelos sacerdotales positivos.
Fui a retiros vocacionales. Tres sacerdotes, en tres situaciones distintas, me hicieron una pregunta a nivel personal: “Oye, Jorge, ¿tú nunca has pensado en ser sacerdote?”. Cuando me hicieron esa pregunta, me di cuenta de que un sacerdote me veía a mí con posibilidad de ser sacerdote. Es muy importante porque a veces tenemos dones de los que no nos damos cuenta. Los sacerdotes no debemos tener miedo de invitar a conocer la vida sacerdotal. Cuando estas inquietudes nacen y crecen por dentro, terminan en una explosión en un momento de oración frente a Jesús Eucaristía. El siguiente paso con el director o acompañante espiritual es que te lleve a un proceso vocacional dentro de tu diócesis. Allí haces un discernimiento que te permite entrar en el seminario. Por eso, el primer año del seminario es el propedéutico o introductorio, porque pruebas qué es eso. Esto me ayudó mucho a entrar a la siguiente etapa y llegar al sacerdocio. Es un camino continuo de descubrimiento y discernimiento. Así fue mi vida, ayudado de lo normal. Aquello que Dios obra en nosotros maravillosamente en lo cotidiano: medios espirituales y humanos muy normales. Nuestra vida vocacional es muy parecida a la de San José.
Los sacerdotes no debemos tener miedo de invitar a conocer la vida sacerdotal.
Para acabar, en la vocación sacerdotal, ¿es más importante el ser o el hacer?
En el seminario uno aprende que no es una cosa o la otra, son las dos. Evidentemente se construye a partir del ser. El ser es un ser integral que va a llevar a una actividad, a un hacer. No hay un ser inactivo. No hay un ser sin hacer. Dios, por eso, es creador, creativo, no permanece encerrado en sí mismo. Evidentemente la fundamentación está en el ser, el ser humano, ser cristiano, configurar el corazón con Jesucristo, pero este ser automáticamente lleva a actitudes concretas y al hacer.
No hay un ser sin hacer. Dios, por eso, es creador, creativo, no permanece encerrado en sí mismo.
Antes de terminar la charla, Mons. Jorge Carlos Patrón Wong envió un mensaje lleno de cariño a los seminaristas: “Gracias porque sus vidas son la esperanza actual de la Iglesia. Son la alegría de muchas familias y de muchas personas. A través de su oración, de su testimonio y de su entrega, aman a Jesucristo y aman a la Iglesia. Voy a pedir que recen por mí, como dice el Papa Francisco; yo rezo por ustedes”.
A través de su oración, de su testimonio y de su entrega, los seminaristas aman a Jesucristo y aman a la Iglesia.
La charla terminó con una oración a la Virgen María, una jaculatoria a San José y la bendición del arzobispo.
Oración a la Virgen María
Dulce Madre, no te alejes,
tu vista de mí no apartes,
ven conmigo a todas partes
y nunca solo nos dejes.
Ya que nos proteges tanto como verdadera Madre,
haz que nos bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Amén.
Jaculatoria a San José
San José, ruega por nosotros.