Mosén Sol, un hombre con un espíritu renovado y renovador

Mosén Sol, un hombre con un espíritu renovado y renovador

Celebramos con gran gozo la fiesta de nuestro fundador, el Beato Manuel Domingo y Sol, este 29 de enero. Con motivo de nuestra campaña anual, que tiene por lema ‘Un espíritu renovado’, queremos descubrir la figura de Mosén Sol como la de un hombre renovado y renovador.

Manuel Domingo y Sol no se conformó con medianías. Él aspiraba a lo máximo, a la santidad. Sufre la situación de tantos sacerdotes contemporáneos sumidos en la mediocridad: «¡Hay tanta falta de sacerdotes buenos en el mundo! Sacerdotes buenos no hay nunca demasiados en la Iglesia de Dios. Los malos sobran todos. Cuando pienso en la conducta de la mayor parte de mis contemporáneos y los inmediatos a mi época, no lo puedo sufrir». Por ello, antes de su ordenación, escribió unos propósitos para no rebajar nunca la dignidad sacerdotal.

Muchas veces se dirigía a los operarios y a los colegiales utilizando el esquema del P. Dubois, que clasificaba a los sacerdotes en cuatro categorías: malo, tibio, bueno y santo. Es evidente que nadie aspira a ser malo o tibio; pero D. Manuel no se conformaba ni siquiera con ser bueno: «Si sólo nos contentamos con ser sacerdotes buenos, dejaríamos de serlo, para pasar a ser sacerdotes tibios; y que sólo queriendo y proponiéndonos ser sacerdotes santos, llegaremos a ser sacerdotes buenos». La clave de su espiritualidad renovada estaba en su deseo de santidad.

Además, su espiritualidad era profundamente cristocéntrica, eucarística. Decía a sus operarios: «Mi vida es Cristo y a ello aspiramos, porque a Cristo hemos consagrado nuestro cuerpo, alma, intereses, ambiciones, fuerzas y cuanto tenemos». Y este amor a Cristo era el origen de todo su apostolado: «Ahora bien, si descendiéramos al fondo, al manantial de los sentimientos de nuestra piedad, tal vez, tal vez encontraríamos lo que no habíamos reparado ni discurrido, que el origen de nuestro deseo por el bien y fomento de las vocaciones eclesiásticas, de que Dios tenga muchos y buenos sacerdotes, de que no entren futuros sacrílegos, y maleadores de almas, ha sido nuestro instintivo amor a Jesús Sacramentado, aun sin darnos nosotros cuenta de ello».

Con un espíritu renovador

Siendo sacerdote joven, Mosén Sol quería comerse el mundo, tal era su ardor pastoral. Cuando compartía su experiencia, decía a los operarios: «En el fondo de nuestra alma, despertaban mayores aspiraciones, y una ambición santa parecía querernos lanzar al mismo tiempo a todos los campos». Y así fue; durante los primeros trece años de su ministerio, se dedicó a múltiples y variadas tareas: confesor de religiosas, profesor, jóvenes, apostolado de la prensa, etc.

El 10 de abril de 1883, escribía a su primo, el padre Joaquín Marro: «Mi ambición no está satisfecha, querido primo. Hemos hecho muy poco, y la mies es muy grande. Mi caliente cabeza está barruntando un proyecto vastísimo y de grandísimos resultados». Lo que estaba discerniendo en aquellos meses era la fundación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos.

Así, la obra por las vocaciones sacerdotales será la clave de toda su vida y ministerio, como él mismo dijo: «El Señor me ha hecho gustar, y en abundancia, de todos los consuelos y sinsabores de los varios campos del ministerio sacerdotal: cura de almas, enseñanza, monjas (de las cuales estoy cargado todavía con 50), asociaciones de mujeres, etc. y últimamente fomentador de vocaciones eclesiásticas, y de todo, esto último es lo que forma y formará mi gozo y mi corona».

Efectivamente, Mosén Sol estaba convencido de la importancia de renovar el clero con una buena formación. De este modo, se renovaría todo el mundo. Por ello, crea primero los colegios de vocaciones y, después, aceptará la dirección de los seminarios diocesanos. Él lo tenía claro; mucho clero y bueno, y bien formado: «Si hubiese bueno y numeroso clero, y este secundara los impulsos que se dan a la piedad, la sociedad sería remediable y el mundo se salvaría». Esto era para él «la llave de la cosecha de la gloria de Dios».

Para ello, cree necesario un nuevo modelo formativo que se centre en formar el corazón: «¡Cuánto importa formación e instrucción! La formación del espíritu del clero. Muchos obispos discurren sobre estudios. Aunque la piedad la deseen, dicen que puede arreglarse con unos pocos ejercicios. No parece sino que se piensa en la carrera. El sacerdocio no es una carrera. Por esto conviene más que nada la formación del corazón. No bastan los conocimientos. Más aún, no basta la piedad…». Y poco a poco va constatando un cambio: «La reforma se va introduciendo indirectamente en los [seminarios] que no nos pertenecen y Jesús recompensará este resultado. Sí es seguro: algo se ha conseguido».

Como afirmó el Cardenal González Martín: «A don Manuel le cabe la honra indiscutible de haber sido el primer eclesiástico español que concibió y realizó un plan en gran escala para reformar por completo el sombrío panorama [de los seminarios]».

Un cartel lleno de significado

Como es habitual, el sacerdote operario D. Antonio peña ha sido el encargado de componer el cartel que ilustra la campaña de Mosén Sol en las redes sociales.

Con el lema ‘Mosén Sol, un hombre renovador y renovador’, se enmarca la compaña de este año del día de la fiesta del Beato Manuel Domingo y Sol. La renovación es un espejo en el que deseamos mirarnos todos, estimulados, como estamos, por todo lo que este año santo nos va a permitir vivir, año en el que la esperanza va a ser nuestra brújula en toda la Iglesia.

Esperanza-renovación es un binomio muy presente en la tradición de la Iglesia. Es el Espíritu quien renueva, partiendo de la capacidad de esperanza que individuos e instituciones nos permitamos. Leía no hace mucho que la esperanza consiste no en confiar en que las cosas pueden ser mejores o terminar muy bien, sino en encontrar el sentido a lo que vivimos en cada momento. Nuestra esperanza, nuestra renovación, obra del Espíritu Santo, se concretan en la actualización valiente y honesta de nuestra propia identidad, porque es desde ahí, desde el legado de D. Manuel, si verdaderamente creemos en él, sin fraccionarlo ni olvidar ninguna de sus inspiradas intenciones, desde donde vuelve a cobrar sentido y proyección cada uno de los trabajos de los operarios y los pasos que institucionalmente vamos dando juntos. D. Manuel hoy tendría mucho que decir y mucho que hacer, sin duda. Y porque vivió una renovación interior propia de la acción del Espíritu, y de la Palabra de Dios, pudo desde esa perspectiva renovar, aportar, disparar el fervor y la fidelidad a una causa y la creatividad tenaz del amor.

El cartel parte de la imagen de D. Manuel con las manos abiertas, que acoge y ofrece, hoy, los símbolos que hemos encontrado de las grandes motivaciones de su obra sin fecha de caducidad: las vocaciones, la juventud y la Eucaristía, enmarcando y dando soporte a todo lo demás. Una vez más es la luz-color la que centra la relevancia visual de cada elemento del cartel: se emplean los tonos señalando, resaltando, priorizando. Los dorados dan relevancia a la figura de D. Manuel y a su legado, origen de nuestra particular renovación.

El texto se encaja a buen tamaño, en el campo visual de más relevancia. Un fondo en progresión de luz enmarca y refuerza la idea de renovación asociada a la luz, contrapuesta a la sombra. El cartel insinúa que la capacidad de renovación en D. Manuel y de D. Manuel, entonces y ahora, está en la fidelidad y honestidad a la identidad fundacional, que expresa no sólo una necesidad histórica, sino la voluntad de Dios de salir al paso de esas necesidades eclesiales, ayer, hoy y siempre.  Es la intención gráfica. Esperamos que nos sirva. Nuestra identidad es nuestra diferencia. Feliz día del Beato Manuel Domingo y Sol.