19 Abr Entrevista a D. Antonio Diego Hernández después de hacer su vinculación indefinida
El sacerdote operario D. Antonio Diego Hernández Rodríguez, de 34 años, ha realizado el 18 de abril su vinculación indefinida a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. El acto tuvo lugar en la Parroquia María Madre de la Iglesia en Caracas, durante la Eucaristía de acción de gracias por la Beatificación de los nuevos mártires de la Hermandad, D. Agustín Sabater y D. Ángel Alonso, y por el 30 aniversario de la Beatificación del fundador de la Hermandad, el Beato Manuel Domingo y Sol.
Acompañado de todos los operarios de la Delegación de Venezuela, reunidos en su encuentro anual, y de la comunidad cristiana, D. Antonio Diego recitó ante el Director general, D. Florencio Abajo Núñez, la fórmula que le vincula a la Hermandad para siempre. A continuación, los operarios le felicitaron personalmente con un abrazo de acogida.
Ofrecemos a continuación una entrevista en la que D. Antonio Diego narra su proceso vocacional.
¿Cómo surge tu inquietud por ser sacerdote?
De niño crecí en una familia cristiana, que me acercó a la Iglesia. En casa era común que rezáramos el rosario en familia, además de asistir a misa los domingos. En la parroquia comencé a ser monaguillo y un día me preguntó D. Andrés, mi párroco: ¿Tú no has pensado en ser sacerdote? Yo le dije que era algo que no descartaba, pero se lo dije con la intención de que me dejara tranquilo. Apenas tendría 12 o 13 años. No quise decirle que no. Con los años, vi que aquella pregunta había sido importante, porque me había abierto un camino que jamás me hubiera planteado yo solo.
¿Qué fue lo que te movió a dar el paso para entrar en el seminario?
No puedo decir que entrar al Seminario fue la decisión tras un hecho aislado, sino que más bien tengo que vincular varias cosas. Por una parte, la cercanía con mi párroco. Le acompañaba en distintas cosas de la parroquia: en las misas, en las visitas a los enfermos, a repartir comida entre los necesitados. Interiormente me iba forjando la idea de que lo que él hacía merecía la pena. Por otra parte están las convivencias que organizaba el Seminario Menor, donde nos ayudaban a preguntarnos qué quería Dios de nosotros. Luego vino una invitación directa de un sacerdote, formador del Seminario, a dar un paso más y entrar al Seminario Menor de la Diócesis. Entrar al Seminario fue, más bien, el umbral que crucé tras varios pasos.
¿Cómo asimiló tu familia tu vocación?
Cuando dije a mi madre que, con 15 años, quería entrar al Seminario (el Menor), se opuso rotundamente. Era el 2 de febrero, día de la Candelaria. Me dijo que yo era muy pequeño aún, que terminara el bachillerato, que más adelante ya se vería. Pero a mí me hacía mucha ilusión seguir en el camino de discernimiento. Mi padre no decía nada. Cuando los viernes me recogía en el Seminario Menor para ir a casa y pasar el fin de semana allí, me preguntaba: ¿Tú estás seguro de lo que estás haciendo? Yo le decía que sí, y se tranquilizaba. Poco a poco lo iba asimilando. Mis hermanas y yo teníamos, por aquellos años, una brecha generacional grande: yo era el pequeño de casa, y mientras ellas se llevaban pocos años de diferencia, yo había nacido con 8 años de diferencia con respecto a la pequeña. Creo que para todos fue algo extraño al comienzo, pero también puedo decir que no me faltó nunca el apoyo, el estímulo y la ayuda necesaria para que yo pudiera responder a Dios.
¿Qué significa para ti ser sacerdote?
Hace unos días he vuelto a leer la homilía que escribí para mi primera misa en mi pueblo. Apenas hace 6 años de esto. Giraba en torno a la cercanía del Señor y la cercanía del sacerdote. Es curioso porque ha aparecido este año en la Campaña del día del Seminario en España. Dios siempre ha estado cerca de mí, especialmente en los momentos de mayor dificultad, como cuando murió mi padre o cuando vine a Venezuela por primera vez. A mí me parece que el sacerdocio es la manifestación de esta cercanía de Dios a todos: a los niños y jóvenes, a los enfermos, a los que están solos, a los matrimonios, a los que buscan… Ser sacerdote me permite sentir fuertemente la cercanía y amistad de Dios y hacerla visible a los cristianos. En la celebración de los sacramentos, en la escucha que pueda ofrecer, en el consejo que deba dar, en la corrección que tenga que hacer, en la predicación… en todo esto ser sacerdote es hacer presente esta cercanía amorosa de Dios, de Jesús, el Dios con nosotros.
¿Y ser sacerdote operario?
La Hermandad ha sido un regalo para mí. Ser sacerdote operario ha sido sobre todo una bendición, sin duda inmerecida. La Hermandad me ha permitido poder vivir el sacerdocio con otros compañeros. Mi primera experiencia de la Hermandad fue en el Seminario Menor de Canarias. Yo veía a aquellos operarios y me decía: cómo me gustaría ser así, vivir de esta manera. Muchas veces decimos que el Seminario es una familia. Lo que yo vi en aquellos operarios fue la concreción de esta vida familiar. Tendrían sus dificultades y sus fallos, pero notaba en ellos una alegría distinta. Cuando me tocó vivir con el P. Matías, en Guayana, viví de cerca cómo el sacerdote se convertía en miembro de una familia de cristianos: la casa siempre abierta, la visita a todos los lugares de la parroquia, la responsabilidad de los laicos en las tareas de apostolado… todo lo hacían como miembros de una casa común. Fue una verdadera escuela. También debo decir que además del regalo que ha sido la Hermandad, me ha supuesto una exigencia. ¡No se puede ser operario de cualquier manera! La Hermandad te plantea una exigencia fuerte para vivir el sacerdocio, porque el ideal de la santidad sacerdotal debe encarnarse en mi ministerio concreto. Vivir en un equipo te ayuda a revisarte, a ver si estás tratando de responder a la vocación al sacerdocio, o si te estás enfriando. Ser sacerdote operario me ha hecho ser doblemente sacerdote.
¿Cómo ha sido tu experiencia de fraternidad sacerdotal?
Cada ideal tiene su camino, creo. La fraternidad sacerdotal que la Hermandad me ofrece como forma de santificación (bien como estímulo, bien como exigencia) debe recorrer luego un cauce determinado. En estos años en que he vivido en un equipo de operarios he visto que la fraternidad se te ofrece con un rostro concreto, porque hay que aceptar al compañero, comprenderlo, ponerte de acuerdo con él, buscar espacios para coincidir, hacer el esfuerzo de vivir en armonía… reconociendo que yo tampoco soy fácil, que los demás tienen que hacer su esfuerzo para convivir conmigo. Sin embargo, este camino me ha hecho crecer, porque no ha sido solamente un esfuerzo, sino también una ayuda para mejorar, para ver que es más importante caminar juntos que imponer mis propias ideas, que es mejor sentirse acompañado en las decisiones que vivir aislado… que las alegrías se comparten mejor con los compañeros y que las dificultades se relativizan si tienes en quien apoyarte. La Iglesia es un misterio de comunión: yo he podido experimentar este misterio en el equipo sacerdotal de la Hermandad.
¿Por qué has decidido hacer la vinculación indefinida a la Hermandad?
Esta pregunta es de fácil respuesta: he visto que Dios me ha educado en estos años para ver que, en mi vida, ésta es la concreción del ideal sacerdotal. Por eso pido la vinculación indefinida a la Hermandad. Es un paso que me pide una mayor coherencia en mi manera de ser sacerdote, pero también sé que la Hermandad me acompaña a través de los compañeros para que me sea más fácil. Vincularme de manera indefinida a la Hermandad, de modo más estrecho aún, es responder al Señor según la intuición del Beato Manuel Domingo y Sol.
¿Qué es lo que haces en el Seminario de Santa Rosa?
Éste es mi segundo curso en el Seminario Arquidiocesano de Caracas Santa Rosa de Lima. Aquí compartimos la misión formativa 6 sacerdotes, de los cuales dos somos operarios. Mi tarea está vinculada al acompañamiento formativo de los seminaristas de las distintas diócesis que realizan aquí su camino de discernimiento y configuración con Cristo. Este año soy formador del curso de 1º de teología, un estupendo grupo de 17 muchachos, de distintas edades, con un camino de formación ya recorrido, que comienzan segunda parte de la formación que llamamos «configuración». Son jóvenes alegres, serviciales, animosos y fraternos. Ellos me ayudan a vivir el sacerdocio desde mi misión de formador. El Seminario es también centro de estudios teológicos, e imparto varias materias del área de la teología dogmática. Luego las cosas del día a día: acompañar el coro y la coral, preparar retiros, dedicar tiempo a las tutorías de clase, entrevistar a los seminaristas, compartir con los formadores, ayudar en lo que vaya saliendo… Trato de hacer realidad aquellas palabras de Mosén Sol: que se haga proverbial que al operario se le encuentra para todo.
¿Qué es lo que más te gusta como formador?
La vida como formador es fácil y a la vez difícil. Me gusta estar con los seminaristas, conversar con los compañeros formadores, poder escuchar las dificultades de los chicos, dar clases, jugar al fútbol o ensayar una nueva obra para la coral. Pero también tiene sus dificultades, vinculadas sobre todo a las cosas que no terminan de salir: los problemas de algún chico, las pequeñas crisis que atraviesan, la falta de comunicación a veces… La vida de formador no tiene descansos ni días libres. Aunque esto pueda parecer exagerado, por lo general un párroco no vive en la misma casa que sus fieles. Aquí compartimos las 24 horas, desde el café o la oración hasta los ruidos del vecino de arriba, al que me gustaría comprarle una alfombra para esas monedas que se le caen a media noche… Si algo tuviera que destacar, diría que como formador tengo que volver una y otra vez a mi propia vocación, que es la que debo testimoniar ante los seminaristas que están discerniendo acerca de la suya.
¿Qué retos tiene hoy la formación sacerdotal?
La Iglesia tiene muchos documentos acerca de qué retos afronta hoy la formación para el sacerdocio. Yo incidiría en dos: el primero, la fuerte experiencia de fe, de encuentro con el Señor, de amor y trato profundo con Dios; el segundo, el ser sacerdote según el modelo de Jesús, no según lo que yo pienso que debe ser un sacerdote, o san fulano o san mengano, o lo que me dice aquél sacerdote que me quiere tanto; el modelo del sacerdocio es Cristo que se ha hecho pobre, obediente, siervo, esclavo hasta la cruz; Cristo que ha muerto y resucitado para que el mundo tenga vida. Creo que estos dos aspectos son los centrales de la formación. Luego están los retos añadidos: saber formar para el mundo presente y para la Iglesia concreta, nunca para una realidad inexistente o un mundo que ya pasó; saber incidir en la formación del hombre interior, sobre el que se asienta el edifico formativo; atender a la realidad de cada uno en particular, no uniformando ni despersonificando; y si añado otro más, como de propina, hacer comprender que la formación es para siempre, porque siempre estamos necesitado de crecimiento, apoyo y maduración, hoy como seminaristas y mañana como sacerdotes.
Algún mensaje para los que se cuestionan su camino vocacional…
Sólo Dios se basta a sí mismo, pero él prefiere contar contigo.
Un pasaje bíblico
El que coloqué para el recordatorio de la ordenación: «En tu nombre, Señor, echaré las redes» (Lc 5, 5).
Un libro
Dos: «El Divino Impaciente» (J. M. Pemán) y «El hombre en busca de sentido» (V. Frankl).
Una película
Soy poco dado al cine, pero me gustó mucho hace unos años «Los miserables», versión musical de la obra de Victor Hugo.
Un personaje
Andrés, el apóstol hermano de Pedro. Leí algo de su vida en los evangelios que me gustó y me pareció muy estimulante: él conoció primero a Jesús que Pedro, y aunque Pedro luego fue el «preferido» de Jesús, Andrés nunca exigió un lugar preeminente; él llevó al muchacho que tenía los panes y los peces hasta Jesús, y que luego el Señor multiplicaría; él aparece conduciendo a los griegos a Jesús, pues querían verlo. Toda su vida fue acercar a otros a Jesús, presentarlos ante el Maestro. Es un excelente modelo de pastoral vocacional.