03 Mar D. Ángel Alonso, un mártir con vocación de educador
Las apariencias engañan. Eso lo sabían muy bien los seminaristas que conocieron al siervo de Dios D. Ángel Alonso Escribano. Parece ser que tenía un temperamento vehemente y enérgico; pero bajo la apariencia de una corteza seria y adusta se escondía un corazón amable, humilde y sencillo. De esto da testimonio uno de aquellos seminaristas: «tenía no sólo nuestra estima y respeto por ser nuestro superior del Seminario, sino porque en todo momento fue ejemplo y estímulo con sus virtudes para los alumnos del Seminario y ayuda cariñosa en nuestras necesidades».
Quizás lo más llamativo de D. Ángel era su vocación de educador. El rector del seminario de Belchite, D. Pedro Piquer, decía de él que era «muy competente y trabajador en la parte académica». Y no nos debe extrañar, pues además de poseer el doctorado en Teología y ser licenciado en Derecho Canónico, dominaba a la perfección la filosofía y la estilística latina.
Ángel disfrutaba enseñando a los seminaristas en todas aquellas materias que le encomendaban, hasta el punto de que su horario académico le absorbió casi por completo durante varios cursos; incluso se prestaba a suplir a profesores enfermos o ausentes con la única finalidad de que los seminaristas no perdieran la oportunidad de seguir aprendiendo. A pesar de esta gran capacidad académica nunca aspiró a otra cosa que no fuera ser formador de futuros sacerdotes.
No sólo se distinguió D. Ángel por su formación intelectual y espíritu de trabajo, sino también por su piedad y su nobleza de carácter. Llamaba la atención su sencillez y pobreza, así como su devoción al celebrar la Eucaristía.
Natural de Valdunciel (Salamanca) D. Ángel nació el 18 de enero de 1897. Su vida es el sencillo testimonio de un joven sacerdote que sufrió el martirio a los 39 años. Antes de ingresar en la Hermandad de Sacerdotes Operarios fue párroco tres años en Fuenterroble de Salvatierra. Después y durante diez años fue formador y profesor en varios seminarios: Burgos, Valladolid, Belchite y Almería. En todos ellos dejó un grato recuerdo.
Se trata, pues, de una vida sencilla, dedicada discretamente a la formación de los futuros sacerdotes; la vida de un operario con vocación de educador que recibió la gracia del martirio. Y esta fue, sin duda, la lección que sus alumnos siempre recordaron.