Breve Pontificio por el que se declara beato a Manuel Domingo y Sol

Breve Pontificio por el que se declara beato a Manuel Domingo y Sol

JUAN PABLO II

para perpetua memoria

El Señor Jesús, enviado por el Padre para salvar a todos los que estaban perdidos (Le 19,10; Mt 18,12; 1 Tiro 2,4; etc.), sabiendo que su presencia corporal en la tierra, por designio del Padre, era temporal y que subiría al cielo para estar allí viviendo siempre intercediendo en favor nuestro (Heb 7,25), al comienzo de su vida apostólica llamó consigo a los que El quiso (Mc 3,13) para que, por ellos y sus sucesores, se propagase continuamente su obra de salvación.

Así, como sabemos por los Evangelios, llamó a algunos Apóstoles (Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11 y 27-28; Jn 1,35-51), y a los doce juntos, después de haber orado durante toda la noche (Mc 3,13-19; Lc 6,12-16).

El mismo Señor Jesús manifestó frecuente y abiertamente su gran preocupación por el poco número de los que deberían asumir el cuidado pastoral del pueblo: Viendo a las gentes, se compadeció de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies (Mt 9,36-38). Y también: Levantad la vista y contemplad los campos, ya están dorados para la siega… Y os envié a segar (Jn 4,35 y 38). Y El, buen Pastor, da su vida por las ovejas (Jn 10,14-15), porque está en ellas para que vivan y estén llenas de vida (Jn 10,10).

Con esta misma intención, el mismo día de su ascensión al cielo, envió a sus Apóstoles a todo el mundo con estas palabras: Id, haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado (Mt 28, 19-20).

Esta preocupación por los que un día habrán de consagrar su vida al cuidado pastoral de las almas en el ministerio sacerdotal existió siempre en la Iglesia, sobre todo desde el Concilio de Trento (ses. 23, c. 18).

Pero de poco serviría el cuidado de las vocaciones sacerdotales, aun el más exquisito, si no se formaran convenientemente para el fin propio, a saber, para ejercer perfectamente la misión sacerdotal que luego van a recibir.

Por eso, la Iglesia, que desde el comienzo nos urge insistentemente la formación profunda de los que aspiran al sacerdocio, últimamente ha insistido en este tema en algunos documentos del Concilio Vaticano II, principalmente en el Decreto Optatam totius, nn. 2-3.

De todos los que durante siglos han dedicado sus esfuerzos al fomento, sostenimiento y cuidado de las vocaciones sacerdotales acaso ninguno lo hizo con tanto entusiasmo, con tanta prudencia, con tanto ardor como Manuel Domingo y Sol, Sacerdote, justamente llamado por el Papa Pablo VI el santo apóstol de las vocaciones sacerdotales (cfr. Decreto sobre virtudes heroicas).

Nacido en Tortosa, en España, el día 1 de abril de 1836, fue el penúltimo de doce hermanos en el matrimonio de Francisco Domingo y Josefa Sol. Aprendió las primeras letras en el colegio de San Matías, ingresando en el seminario diocesano en 1851, siguiendo allí el trienio de Filosofía, siete años de Teología y un año de Derecho Canónico. El Obispo de Tortosa lo envió después a Valencia, donde consiguió la licencia y el doctorado en Teología.

Se ordenó sacerdote el 2 de junio de 1860. En los primeros años todos los ministerios lo encontraban dispuesto: las misiones, las parroquias, la juventud, la enseñanza, el confesonario. Decía: «Una ambición santa parecía que hubiera querido lanzarnos a todos los campos.» Para ayudar a los jóvenes, levantó en Tortosa un gimnasio para la educación cristiana, formación y recreo. Trabajó intensamente en el apostolado de la prensa y fundó la primera revista juvenil católica en España con el título de El Congregante. Fundó tres conventos de clausura. Convocó varias asambleas de patronos y obreros. Levantó el Templo de Reparación en Tortosa, en el que reposan sus restos.

Pero el celo sacerdotal de su alma nunca estaba satisfecho. Y así encontró la que él llamó la llave de la cosecha de todos los campos de la gloria de Dios, a saber, la formación de los futuros sacerdotes. Se puede decir que -como se dice en el Evangelio- cuando encontró esta perla, lo vendió todo para entregarse totalmente a este ministerio en la Iglesia, siendo para él verdadero gozo y corona.

Comenzó sus trabajos en Tortosa, en 1873, con el Colegio de San José, dedicado a las vocaciones eclesiásticas, que ya en 1879 tenía internos trescientos alumnos. Funda luego Colegios de San José, semejantes al primero, en Valencia, Murcia, Orihuela, Plasencia, Burgos, Almería, Lisboa y Toledo. Entre sus hermosas obras se cuenta la fundación, en 1892, del Pontificio Colegio Español de San José de Roma, que contribuyó poderosamente a la renovación espiritual y científica del clero y de los seminarios de toda España.

El estilo y espíritu de estos Colegios influyó tanto en la formación de los alumnos, que muchos obispos le encomendaron la dirección de sus seminarios diocesanos. Cuando muere, él había sumado a sus Colegios de San José dieciocho seminarios diocesanos en España y México y muchos otros fueron los seminarios que no pudo aceptar por la penuria de Operarios.

Para perpetuar su obra, el Señor le inspiró, el año 1883, la fundación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios del Corazón de Jesús, a la que encomendó su carisma vocacional y su propio espíritu. Esta fuerza y este ímpetu sacerdotal le empujaba a ayudar continuamente a los sacerdotes diocesanos. Estableció para ellos hospedería en cada uno de los Colegios y a sus Operarios les rogaba que estuviesen siempre prontos para ayudar a los sacerdotes en las parroquias y ministerios. Esta insaciable preocupación por las vocaciones lo llevó a promover también el apostolado seglar y sobre todo las vocaciones religiosas.

Cargado de buenas obras y proyectos, descansó piadosamente en el regazo de Dios el25 de enero de 1909.

Nada extraño, por tanto, que este eximio sacerdote estuviese rodeado incluso en vida de una gran fama de santidad y que su nombre se propagase cada día más después de su muerte.

Por eso durante los años 1930-1934 se hizo el proceso ordinario sobre las virtudes en la curia de Tortosa. El 28 de enero de 1941 se publicó el decreto sobre los escritos auténticos y el 12 de julio de 1946 se dio el decreto de introducción de la causa. Después, durante los años 1948-1951, se hizo el proceso sobre virtudes en especial, y el23 de abril de 1954 se publicó el decreto de validez jurídica de todos estos procesos. A continuación, la Congregación para las Causas de los Santos estudió ampliamente la causa de las virtudes del Siervo de Dios en las sesiones acostumbradas con todos los votos favorables tanto de los teólogos consultores como de los Padres Cardenales.

Y Nos, con nuestra autoridad, ratificamos estos votos y dimos nuestro juicio con decreto de14 de mayo de 1970: que el Venerable Siervo de Dios Manuel Domingo y Sol ejerció las virtudes en modo heroico.

Por fin, instruido el proceso canónico y las discusiones mandadas de médicos, teólogos consultores y Padres Cardenales, declaramos, por decreto de 10 de noviembre de 1986, que la curación de Don Rafael de la Rosa Vega, de sesenta y cuatro años de edad, había tenido lugar prodigiosamente en la enfermedad llamada neoplasia pulmonar, a saber, estado gravísimo de las vías respiratorias, curación atribuida a la intercesión de Manuel Domingo y Sol.

Se señaló luego la fecha para la Beatificación solemne.

Y hoy, en la Basílica Vaticana de San Pedro, en la celebración eucarística, hemos pronunciado esta fórmula:

«Nos, escuchando las preces de nuestros hermanos Jesús Pla Gandía, Obispo de Segorbe-Guadalajara; Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla; Ricardo María Caries Gordó, Obispo de Tortosa, y de muchos otros hermanos en el episcopado y de muchos fieles cristianos, consultada la Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra autoridad apostólica autorizamos que los Venerables Siervos de Dios María Pilar de San Francisco de Borja, Teresa del Niño Jesús y de San Juan de la Cruz, María Ángeles de San José, Marcelo Spínola y Maestre y Manuel Domingo y Sol sean desde ahora llamados Beatos y que su fiesta se celebre en el día de su muerte: la de María Pilar de San Francisco de Borja, Teresa del Niño Jesús y de San Juan de la Cruz y María Ángeles de San José, el 24 de julio; la de Marcelo Spínola y Maestre, el 19 de enero; la de Manuel Domingo y Sol, el 25 de enero, todos los años, en los lugares y modos establecidos por el derecho.»

Cuanto determinamos por estas letras será perpetuamente firme, sin que obste nada en contrario.

Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a 29 de marzo de 1987, noveno de nuestro pontificado.

+ AGUSTÍN CARD. CASAROLI

Prefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia