150 años de un encuentro providencial: Mosén Sol y Ramón Valero

150 años de un encuentro providencial: Mosén Sol y Ramón Valero

Hace 150 años, en un día de febrero del año 1873, el Beato Manuel Domingo y Sol se encontró con el seminarista Ramón Valero en el Portal del Romeu de Tortosa. Fue realmente un momento providencial, porque cambió de manera decisiva el rumbo de la vida de Mosén Sol. El Postulador general de la Hermandad, D. Carlos Comendador, nos ayuda a entender la trascendencia de este feliz encuentro.

¿Quién era Ramón Valero?

Ramón Valero fue un joven de Cinctorres (Castellón) que había comenzado a estudiar en el seminario de Tortosa en 1867. A causa de la Revolución del año siguiente, tuvo que abandonar el seminario, aunque pudo volver en 1971 para comenzar los estudios de Filosofía. Él dice que regresó a Tortosa “sin un céntimo, ni esperanza de tenerlo para lo más indispensable de la vida”.

Era seminarista externo y vivía junto con otros en una situación lamentable, como le dijo a Mosén Sol: “Somos ocho: cinco ricos, a quienes la señora Eulalia prepara la comida; y tres pobres, que vamos a la sopa a casa de mosén Boix”.

Este joven perseveró en su vocación y fue ordenado sacerdote en 1879. Después de desempañar diversos cargos en la diócesis de Tortosa, murió a los 78 años de edad siendo capellán de las clarisas de Nules (Castellón). Merece la pena señalar que Ramón Valero declaró como testigo en el proceso de beatificación de Mosén Sol.

¿Es posible concretar cuándo tuvo lugar el encuentro de Ramón Valero con Mosén Sol?

La verdad es que no se sabe exactamente qué día fue, aunque es evidente que se produjo en los primeros días de febrero de 1873. Ramón Valero escribe en su crónica que fue «a mediados del segundo trimestre del curso de 1872 a 1873». Se encontraba en segundo de Filosofía.

Los biógrafos de Mosén Sol, considerando el Dietario en el que anotaba sus misas, estiman que el famoso encuentro se produjo a primeros del mes de febrero de 1873, pues desde el día 12 de este mes empieza a pedir en ellas al Santo Angel «por el colegio de Tortosa» y «por las vocaciones eclesiásticas».

El Portal del Romeu en la actualidad

En cualquier caso, el encuentro con Ramón Valero marca un antes y un después en la vida de Mosén Sol. ¿Qué significó para él?

Fue sin duda un momento muy significativo para su vida por las consecuencias que tuvo. Fue el inicio de un giro fundamental. No podemos perder de vista que Mosén Sol era un joven sacerdote a punto de cumplir 37 años. Y que llevaba doce años de cura. Durante este tiempo, se había dedicado a muchos apostolados. Fue cura regente en La Aldea, profesor de religión y moral en el Instituto, confesor de un par de conventos de clausura; también se dedicó a la juventud de Tortosa y a la prensa católica. Era muy dinámico, activo y polivalente. Sin embargo, buscaba algo más, algo que diera unidad a todos sus apostolados.

En sus escritos confiesa que “ni nos dejaban satisfechos nuestros voluntarios ministerios, ni nos llenaban bastante los que se presentaban a nuestra vista”. Y añade una frase que define su corazón generoso: “En el fondo de nuestra alma despertaban mayores aspiraciones, y una ambición santa parecía querernos lanzar al mismo tiempo a todos los campos”. De hecho, don Manuel se había ofrecido al Obispo de Tortosa para dedicarse a las misiones populares en las parroquias de la diócesis.

Todo esto nos hace pensar, a mi modo de ver, que Mosén Sol estaba discerniendo dar un giro a su vida sacerdotal para dedicarse plenamente a una cosa que produjera muchos frutos. Y el encuentro con Ramón Valero fue lo que le llevó a interesarse por la formación de los futuros sacerdotes, que dejaba mucho que desear en aquella época. Años más tarde, recordando los trabajos apostólicos que realizaba hasta entonces, reconocía que su dedicación como fomentador de vocaciones eclesiásticas es “lo que forma y formará mi gozo y mi corona”.

¿Qué pasó después de aquel providencial encuentro?

En el diálogo que mantuvo con él, Mosén Sol se dio cuenta de las malas condiciones en las que vivían los seminaristas externos, con muchas dificultades para comer y estudiar. Por ello citó a Ramón y a sus dos compañeros para el día siguiente y se comprometió a darles un pan cada tres días.

Pero esto no fue todo. Don Manuel comenzó a darle vueltas para ver de qué manera podía ayudar a estos seminaristas. En este sentido, Ramón Valero definió este encuentro con unas palabras muy bonitas. Dice que fue “la primera corazonada de Mosén Sol”. Y así fue, una corazonada porque empezó a discernir y a reflexionar, a rezar y a pedir a otros que rezaran por “la realización de un proyecto que estaba meditando”; también lo conversó con su director espiritual.

Como fruto de todo ello, Mosén Sol redactó una carta-circular para anunciar la apertura de la casa de San José “para albergue y la sustentación conveniente de los estudiantes pobres”. Era una casa con capacidad para 22 seminaristas que pronto se quedó pequeña. Tuvo que buscar otras y cinco años después comenzó la construcción del Colegio de Vocaciones de San José. Pero esto es otra historia.

¿Qué significa para nosotros recordar este encuentro?

Creo que nos ayuda a conocer un poco más a Mosén Sol. Fue un sacerdote que se detiene para dialogar e interesarse por la situación de una persona concreta y sus amigos seminaristas. Ramón Valero dice que “procuró informarse del género de vida que llevábamos”. Efectivamente, interesarse por lo concreto (lo que comían, las velas que necesitaban para estudiar) nos muestra que tenía un corazón sensible y misericordioso.

Pero lo más interesante, desde mi punto de vista, es el proceso que se desencadena en su interior. Me recuerda un poco a la experiencia de María, que conservaba todas las cosas y las meditaba en su interior. A partir de un encuentro banal, Mosén Sol realiza un profundo discernimiento para conocer lo que Dios le estaba pidiendo. Y lo experimenta como una especie de revelación, pues afirmaba que el Señor había descorrido la cortina para presentarle un apostolado con muchos frutos: la formación de los seminaristas.

Creo que estos dos elementos, la sensibilidad y el discernimiento, son dos grandes lecciones de gran actualidad para nosotros.